domingo, 30 de noviembre de 2008

Un deseo

Hoy sólo quiero respirar.

José Roberto Coppola

viernes, 28 de noviembre de 2008

Pertenecer

Y me dijo: "Necesito pertenecer a algún lugar". Le hacía falta un territorio, como si no encontrase su propia geografía. Yo sólo pensaba en toda su libertad. En que no formaba parte de nada. Sabía que al no tener sitio no podía apegarse a nada, ni abandonar nada, ni extrañar nada. No tendría que vivir el exilio o el regreso. Pero él anhelaba un espacio del cual irse y al cual llegar. Yo lo escuchaba y sólo quería no pertenecer.

José Roberto Coppola

martes, 25 de noviembre de 2008

Nada

Decidí que no quería que nada me importara. Nada. Me lancé en el suelo. Cerré los ojos. Y dejé de escuchar. Las voces a mi alrededor comenzaron a deformarse hasta que se apagaron. Y, de pronto, el silencio. La nada.

José Roberto Coppola

viernes, 21 de noviembre de 2008

No quiero ordenar mis temores

Hoy me acosté en la alfombra de la oficina. Solo. Y una oración me asaltó en mi "terapia de piso". Una que me dijeron una vez:

"Prefiero vivir con la ilusión de tenerte que con el dolor de perderte"

Recuerdo que cuando escuché esa frase la anoté inmediatamente en un papel. Me pareció definitiva. Contundente. Me resultó hermosa, pero no noté los temores de los que hablaba esa oración: de que prefería vivir con una posibilidad a vivir con una ausencia. Entonces, allí, tirado en la alfombra, empecé a ponderar esa sentencia que me rebotaba en la mente y se sumaba a mis angustias que nunca son pocas ¿Por qué siempre tenemos que valorar nuestras preferencias?, ¿por qué a veces nos da por ordenar nuestros miedos?, ¿por qué hacemos competir a nuestros sufrimientos?, me preguntaba. Es como si encontrásemos un falso sosiego en jerarquizar nuestros temores. Como si nos diera placer medirlos y organizarlos por niveles de dolor para saber cuál nos hará un menor daño y con cuál lloraremos menos. Como si no tuviésemos bastante con tan sólo tenerlos. No sé si pueda vivir ya sin mis miedos. Lo que sí quisiera es aprender a vivir sin tener que ordenarlos.

José Roberto Coppola

domingo, 9 de noviembre de 2008

Tu vida en un párrafo

Uno puede hablar de sí mismo en un párrafo más de lo que puede hablar de sí mismo toda una vida.

Soy impaciente, obsesivo y fastidioso. Desayuno cereal todos los días. Boto los jabones cuando se están desgastando. Me incomodan los halagos y los gritos. Tengo la paranoia de que voy a perder la memoria. Me gusta leer los libros en el piso y los periódicos en la cama. A veces uso antifaz para dormir. Me gusta la música de Navidad en centros comerciales y tiendas por departamento. Interrumpo a la gente cuando habla y me doy cuenta después que lo hago. Tengo miedo cada vez que escribo y después que escribo y cuando sale publicado lo que escribo. Me gusta que me regalen libros. Prefiero el pasillo en los puestos del avión. Nunca me he emborrachado. Soy un comprador desmedido de ropa en oferta. Soy tímido, pero batallo todos los días contra mi propia timidez. Me encantan las acelgas. Ordeno la ropa de mi clóset por color. Soy maniático con las fechas de vencimiento. Me encantan los chocolates Baci. Me afeito dentro de la ducha. Soy nervioso. Duermo con pijama de camisa de mangas largas y pantalón largo, aunque a veces me quedo dormido con ropa. Soy solitario. Me gustan las tiendas donde venden ropa vintage. Soy llorón. Tengo un fetiche con los balcones. Me gusta los tagliatelle con rúgula y anchoas. No tengo dinero porque no ahorro y no ahorro porque gano muy poco, pero la gente cree que tengo dinero. A veces troto en las mañanas. Me gusta comer las tortas con tenedor. Soy un comprador compulsivo de revistas y cuando no las puedo comprar me meto en las librerías a hojearlas. Tengo pecas en la espalda. Me fascina The sartorialist. En Navidad me gusta tomar champaña en las mañanas. No sé silbar. Prefiero escribir con lápiz. Disfruto ir a la playa solo. Soy miedoso. Me baño con agua caliente y luego con agua fría. Sé que tengo déficit de atención, pero ningún médico me lo ha dicho. Adoro las Moleskine. Tengo más ropa de la que me cabe en el armario. Reconozco que a veces manipulo. Me gusta el té con leche. Vivo en un apartamento que comparto con mi primo y un amigo. Me encanta el vino. Tengo pocos amigos. Leo muy, muy lento. Dejo rodada la cortina de mi cuarto para que entre la luz de la mañana. Me gusta cocinar, sobretodo pasta y risotto. Tengo obsesión por los lentes de sol de firma y baratos, en mi último viaje me compré unos Michael Kors por 20 dólares. Me encantan los higos y las cerezas. Me dan morbo los sitios muy concurridos cuando están completamente vacíos. Me gustan las películas dramáticas. No tomo refresco, ni café y me levanto temprano hasta los domingos.

José Roberto Coppola

viernes, 7 de noviembre de 2008

Alfombra para tres

Magaly torcía los labios y nos lanzaba esa mirada de asco con sus ojos oscuros. No se aventuraba a arrojarse en el suelo con nosotros. Cuando Carla y yo, tirados en la alfombra de cuadros de la oficina en algo que llamamos “terapia de piso”, la invitábamos a que se uniera, ella se negaba rotundamente. No había manera de que venciera sus prejuicios contra la alfombra. Siempre alegaba la cantidad de bacterias, gérmenes, microbios o microorganismos que tenía la contaminada felpa. Carla y yo nos abrazábamos, peleábamos, reíamos a la vez que hablábamos de las más interesantes y trascendentes banalidades desde esa alfombra que Magaly rechazaba y por la cual no se dejaba seducir, aunque creo que siempre deseó arrojarse sobre ella porque a veces vacilaba para decir un “no” de inmediato. Magaly toda correcta, toda exacta, toda controlada, no claudicaba. Carla siempre le decía: “tú estás más allá del bien y del mal”. La alfombra gris no estaba en esa dimensión del “más allá”. Carla y yo tampoco lo estábamos. Un día Magaly con sus propias maneras -creo que después de nuestras insistentes y fastidiosas invitaciones- llegó con unas hojas de papel que sacó de la fotocopiadora de la oficina, las alineó en el piso en el medio de nosotros y se acostó rígida, como buscando que su cuerpo no tocara la sucia alfombra, y comenzó a hablar con nosotros sin despegar su mirada del techo. Recuerdo que Carla y yo la abrazamos. Fue un momento definitivamente memorable. Estábamos los tres compartiendo el piso. Ahora cuando Carla está lejos y me toca hacer la terapia de piso muchas veces le he buscado las hojas a Magaly para que comparta desde la alfombra conmigo. Y allí conversando nos damos cuenta, aunque no lo digamos, que la alfombra no es la misma porque Carla no está.

José Roberto Coppola