sábado, 31 de enero de 2009

Terapia en Bogotá

Me lancé en la grama de un parque en la Zona Rosa de Bogotá. La grama, todavía húmeda, me hacía recordar que tenía un cuerpo. El aliento de la ciudad embriagaba. El cielo tenía pereza. Quise que la paz me derrotara. Expandí las manos lo más que pude como quien se entrega. Me dejé arrestar. Me deje vencer. 

José Roberto Coppola

viernes, 30 de enero de 2009

Salir del apartamento sólo para ir al supermercado, comprar el periódico y botar la basura

Que la barba crezca, que no tenga que peinarme -cómo si alguna vez me hubiese gustado-, que pueda caminar descalzo todo el día, que pueda abrir la nevera las veces que quiera, que no necesite ver la hora, que me pueda tirar en la cama sólo a mirar el techo, que pueda pasar todo un día arropado con mi bata de baño gris, que pueda leer todos los libros que me faltan, que pueda dormir hasta saciarme, que pueda ver cómo la luz cambia en mi ventana, que el encierro sea libertad, que el bostezo se convierta en un ejercicio, que me pueda estirar con propósito, que pueda agarrar una revista y pasar a otra y a otra, que pueda tomar tazas y tazas de té con leche, que pueda escribir lo que me dé la gana, que sólo escuche mi propia respiración, que pueda colmar mis libretas con mis notas, que las paredes blancas sean un horizonte, que no necesite salir del apartamento sino para ir al supermercado, comprar el periódico y botar la basura...

José Roberto Coppola

martes, 27 de enero de 2009

Enjuágate la cara

Me sacudí la cara con agua fría, me alboroté los ánimos, miré al espejo, y a mi reflejo aún mojado, al que todavía se le resbalaban gotas que caían en el lavamanos, le anuncié no una promesa sino una decisión. Le dije, me dije: hoy voy a ser feliz.

La felicidad es una decisión, sólo debes decidir cuándo.

Eso sí, decide pronto.

José Roberto Coppola

sábado, 24 de enero de 2009

De cómo un solitario se pone bronceador en la espalda

Un poquito de bronceador en la palma de la mano derecha y te la pasas por el costado izquierdo de tu espalda, otro chorrito de bronceador en la palma de tu mano izquierda y frotas tu costado derecho, pasar bronceador por toda tu columna con trazos largos, otro poco de bronceador en tu mano derecha para frotar tu hombro izquierdo hasta abajo, aplicar por tu hombro derecho bronceador con tu mano izquierda, con movimientos en forma de círculo aceitar el centro de la espalda, pasar como un parabrisas invertido bronceador de un hombro hacia otro, tratar de alcanzar con cualquier mano la parte baja de tu espalda y aplicar de arriba hacia abajo, colocar bronceador en la nuca -no olvides un automasaje-, aplicar un poco de aceite como brochazos desordenados, pasar bronceador con tu mano derecha por el lado derecho y con tu mano izquierda por tu lado izquierdo, un poco por acá, otro más por allá, repasar otra vez alguna otra parte ya aceitada...

Y siempre te quedará un trozo de espalda sin bronceador.

Una de las desventajas de ser solitario es que no puedes aplicarte bien bronceador en la espalda.

José Roberto Coppola

jueves, 22 de enero de 2009

Una vida más fácil

Magaly, Alexis y yo nos tiramos en la alfombra de la oficina a hacer terapia de piso. A hablar las cosas más delirantes que para eso son estas terapias. Éramos tres periodistas mirando el techo y escupiendo estupideces. Yo decía que debía haber una vida más fácil -y más feliz- que no llevara cajas y cajas de esfuerzo mental como la vida del hombre que trabaja en un vivero, del que vende hot dogs o de un instructor de spinning. Ellos me decían que una vida más sencilla podía ser aburrida. Yo les preguntaba cómo sabían ellos que era más aburrida si no la conocían, si no la habían vivido. Decían que al principio una vida así me iba gustar pero después me iba a fastidiar. ¿Y si no me fastidiaba? ¿Y si descubría que era feliz con esa nueva vida? Ellos alegaban que esa vida me llevaría al hastío. -¿Y si no te gusta?, dijo Magaly -¿Y si me gusta?, respondí yo. Ellos no me comprendían o yo no los comprendía a ellos. Me pedían más ejemplos. Ambos me retaban. Me decían que no me iba a gustar vender papas fritas o manejar un autobús público, por ejemplo. -¿No lo sé?, respondía. Además refutaban que esos oficios también tenían un enorme esfuerzo mental. Yo abogaba por que las vidas de un hombre que siembra plantas o que mete salchichas en un pan tienen una carga mental menor. Así como creo que debe haber trabajos con más presión mental que la que tiene un periodista. Alexis me decía que el jardinero debía aprenderse los nombres científicos de las plantas y saber diferenciar las especies. Magaly fundamentaba que el señor que vende hot dogs tiene un lote de trabajo mental. Para mí el esfuerzo creativo no es el mismo. De todas formas debería yo sembrar plantas o vender hot dogs para descubrirlo.

José Roberto Coppola

domingo, 18 de enero de 2009

Nunca des tu manual de instrucciones

Mi amiga Mirna repite la oración como una de sus certezas. "Uno no debe entregarse de un todo", le escucho decir de seguido. Alega que quien lo hace pierde, por eso no se da por completo. Todo es mucho, es demasiado, es un exceso. Es fácil entregarlo todo y difícil quedarse con la nada. ¿Por qué no dar sólo una porción de ti? ¿Por qué hacer la gran apuesta? ¿Por qué no ocultar algo? ¿Por qué ofrecerse entero? De tu vida, una cuota. De tu historia, un bocado. De tu todo, poco. De tu verdad, una parte, que es como una mentira, pero no lo es en realidad. Nunca des tu manual de instrucciones para que no sepan cómo funcionas. Guárdate algo, resérvate más. Que te conozcan, no mucho. Que sepan de ti, lo que tú quieres. Que muestres, lo suficiente. Como un rompecabezas incompleto. Como el viento que engaña con sus giros. Como lo que no te dices ni a ti mismo en voz baja. Como un vidrio opaco. Como un pasillo largo con una puerta cerrada. Muéstrate a medias. Sé indescifrable. Desconcierta en grandes dosis. Esconde. No seas predecible. Deja comidilla para los curiosos. Calla mucho. No respondas todo. Si lo das todo, nunca todo te devuelven, así todo te regresen.

José Roberto Coppola

miércoles, 14 de enero de 2009

Soy un farsante

Mostraré siempre lo mejor de mí, lo peor no lo enseñaré jamás.

José Roberto Coppola

jueves, 8 de enero de 2009

Inventario de mis sospechas

Sospecho de mí todo el tiempo. Sospecho que lo hago mal aunque lo haga bien y si creo que lo hago bien empiezo a sospechar. Sospecho de mis recuerdos, a veces creo que no son reales sino que son un invento, de mi memoria siempre descreo. Sospecho de lo que quiero, de lo que necesito, de lo que creo. Sospecho de mis afirmaciones, mis negaciones y mis dudas (me hacen dudar). Mis sí, mis no y mis vacilaciones me dan suspicacia. Sospecho de lo que pienso porque no sé en qué pueda convertirse. Sospecho cuando soy valiente porque no estoy seguro si verdaderamente lo soy o quiero hacer creer que lo soy o quiero yo creer que lo soy. Sospecho de mis alegrías. Sospecho de mis convicciones. Sospecho de mis autoengaños. Sospecho cuando me vuelvo tímido y cuando soy emancipado. Sospecho de mis temores y mis corazonadas. Sospecho de mis desánimos porque no sé qué vendrá después. Sospecho de mis cansancios, mis apatías y mis aburrimientos porque sé que muchas veces yo mismo me los impongo. Sospecho de mis sospechas. Sospecho hasta cuando no sospecho.

José Roberto Coppola

lunes, 5 de enero de 2009

Terapia en la arena


En una pequeña ensenada donde el viento salado rebota en las rocas, los pelícanos vuelan en picada contra el mar para atrapar algún pez y las olas se estiran lo más que pueden, me anclé de espaldas en la arena fresca que me empapeló la piel. El sol me curtió más pecas. La brisa me lamía el cuerpo. La orilla jugaba a hacerse tirante y volverse estrecha. El agua se envolvía a sí misma entre espuma y espejos y me salpicaba en los pies. El cielo azul, que no le había lanzado anzuelo a ninguna nube, me pescó. Allí, en esa bahía desolada cerré los ojos y me quedé atascado.

José Roberto Coppola

viernes, 2 de enero de 2009

Esto

No quiero que esto se acabe. No quiero que termine. Estoy cómodo, bastante cómodo con esto. Me gusta esta comodidad, me ha sido fácil habituarme a ella. Esto se me ha metido en la piel y me ha adormecido el cuerpo. Y no deseo despertar porque a veces despertar es muy duro. Prefiero creer en la pereza de que esto siempre será así. Quiero que esta vastedad me trague y no me escupa jamás. Quiero vivir esto en puntos suspensivos. No quiero que finalice. No deseo escuchar el sonido de cada paso del secundero de un reloj. No. No intento pensar en conclusiones. No me asomo a la posibilidad de que esto se extinga. Aspiro perderme en el espejismo de esta realidad. Quiero morar en esto. Infinitamente. Sin tiempo. Quiero quedarme en este horizonte. No quiero pensar en que esto pueda ser transitorio y que en algún momento el silbato del tren me va a anunciar que esto se acabó. No. No quiero que caduque. Nunca. No deseo verle su fecha de vencimiento. Estoy apegado a esto. Anhelo que sea perpetuo, perdurable, perenne. Sí. A veces imagino cómo sería si esto fuese imperecedero. Sin fin. Para siempre.

José Roberto Coppola

¿Qué quiere decir para siempre?

Pablo Neruda