Me confieso culpable de haber ido en pantuflas a la oficina, de haberme comido medio tarro de mermelada en un día, de no arreglar el control del televisor que lleva casi un año dañado, de no ser más disciplinado con mis lecturas, de callar cuando debo hablar, de tener en el clóset ropa que no me he estrenado, de comer mucha sal. Me confieso culpable de no ahorrar porque gano muy poco y porque además me parece aburrido, de llegar tarde al trabajo, de dejar la maleta sin abrir varios días después de haber llegado de viaje, de haberme dormido con la arena en el cuerpo tras un día de playa, de perder el tiempo, de después de comerme las ensaladas tomarme la vinagretas directamente del plato, de ser tan impetuoso, de deprimirme por tonterías. Me confieso culpable de haberme retrasado varias veces en el pago de la tarjeta de crédito, de haber tomado de la nevera agua directamente de la jarra, de quejarme sin necesidad, de no contestar el celular cuando no quiero, de haber mentido, de algunos pensamientos maliciosos, de dejar abierta la llave del grifo del lavamanos cuando me cepillo los dientes, de haberme entregado a la pereza, de olvidarme muchas veces de Dios. Me confieso culpable de ser tan definitivo e intransigente cuando tomo una decisión, de no haber guardado alguna vez uno que otro secreto, de ser un comprador compulsivo, de haberme comido un chocolate gigante en un ataque de ansiedad, de no tener fuerza de voluntad para muchas cosas, de haberme engañado a mí mismo, de ser a veces muy desordenado, de no valorar en muchos casos lo que tengo, de sabotearme a menudo. Me confieso culpable de tantas cosas...
sábado, 28 de febrero de 2009
Me confieso culpable
Me confieso culpable de haber ido en pantuflas a la oficina, de haberme comido medio tarro de mermelada en un día, de no arreglar el control del televisor que lleva casi un año dañado, de no ser más disciplinado con mis lecturas, de callar cuando debo hablar, de tener en el clóset ropa que no me he estrenado, de comer mucha sal. Me confieso culpable de no ahorrar porque gano muy poco y porque además me parece aburrido, de llegar tarde al trabajo, de dejar la maleta sin abrir varios días después de haber llegado de viaje, de haberme dormido con la arena en el cuerpo tras un día de playa, de perder el tiempo, de después de comerme las ensaladas tomarme la vinagretas directamente del plato, de ser tan impetuoso, de deprimirme por tonterías. Me confieso culpable de haberme retrasado varias veces en el pago de la tarjeta de crédito, de haber tomado de la nevera agua directamente de la jarra, de quejarme sin necesidad, de no contestar el celular cuando no quiero, de haber mentido, de algunos pensamientos maliciosos, de dejar abierta la llave del grifo del lavamanos cuando me cepillo los dientes, de haberme entregado a la pereza, de olvidarme muchas veces de Dios. Me confieso culpable de ser tan definitivo e intransigente cuando tomo una decisión, de no haber guardado alguna vez uno que otro secreto, de ser un comprador compulsivo, de haberme comido un chocolate gigante en un ataque de ansiedad, de no tener fuerza de voluntad para muchas cosas, de haberme engañado a mí mismo, de ser a veces muy desordenado, de no valorar en muchos casos lo que tengo, de sabotearme a menudo. Me confieso culpable de tantas cosas...
miércoles, 25 de febrero de 2009
jueves, 19 de febrero de 2009
La chica que se preparaba para ser feliz
martes, 17 de febrero de 2009
Me gustan los mediodías
Creo que tiene que ver con el sol que me despierta la piel. Es el calor, es la luz, es la claridad. Los mediodías son magnéticos, energéticos. Tienen esa calidez que electrifica. Me cargan y me activan. Me tonifican los ánimos. Los mediodías son intensos porque el sol reverbera, la luminosidad es ubicua, la incandescencia te obliga a abrir bien los ojos, a estar alerta. Los mediodías es cuando más vivo me siento. Me gustan porque son agitados y revueltos, pero tranquilos al mismo tiempo. Son como modositos pero dispuestos al desenfreno. Me siento bien con su contenida liviandad y mesura. Creo que tiene que ver con el cielo que es como más grande y que su azul es otro, tiene un tono más reposado. Todo es más caluroso, más transparente, más liviano. Hay como inmensidad en ellos, algo entre tórrido y calmado. Tienen como una lentitud incendiaria, esa quietud que desespera las pasiones, que invita al alborotado sosiego, que te estremece la piel y la pone como un radar, su calor da escalofríos. Todo se puede soñar al mediodía . Todo se puede hacer al mediodía. Son más vivaces, me queman los sentidos, me recuerdan que existo. Todas las ideas se me incendian al mediodía. Es el momento más potente del día porque los rayos golpean y acarician de igual modo. Creo que tiene que ver con su rapidez, con que duran poco. Es la temperatura que me enciende el cuerpo, es su austeridad, es su presencia. Me gusta su calurosa pausa, necesito su luz.