domingo, 29 de marzo de 2009

Terapia de un sábado en la cama


El cuerpo tibio de tanto estar en cama. La luz tímida y cálida que atraviesa la ventana. Protegido por mi bata de cuadros grises leo un poco. Anoto una frase en mi cuaderno de citas. Suelto el libro. Me llega un mensaje en el celular. Pienso en leerlo después. Continúo en las páginas del libro y después de un rato cierro los ojos. Apoyo el libro abierto en mi pecho. Abro los ojos, veo la luz tímida y cálida de la ventana y no sé si he dormido seis, dieciocho o cuarenta y dos minutos o si fue un lento pestañeo. Retomo las líneas de mi lectura y luego paro. Me provoca revisar el mensaje en el celular, no me provoca responder. Me vuelvo al libro. Anoto otra frase. Veo la caligrafía con la que he copiado citas durante todo el tiempo que he llevado ese cuaderno empastado de hojas blancas y noto que en un momento mi escritura fue más sosegada, luego se hizo más agitada y ahora se está volviendo como indiferente. Regreso al libro. Suspiro. Mis pensamientos se sedimentan y se pierden en su propia profundidad. Mi cuerpo sigue tibio. Tomo el celular y respondo el mensaje. Miro un rato el techo. Me reacomodo la almohada bajo la nuca. La luz de la ventana tiene ahora el color de una alucinación. Mis ánimos están en reposo. Suspiro. Me muevo cómodo en la cama. Me distraigo en el vacío. Pienso en que me gusta que mi cuarto sea blanco. Mi respiración también está tibia. Retomo el libro, me quedo un rato leyendo. Hago una pausa. Veo la venenosa luz de la ventana. Abro otra vez el libro. Y en eso sigo un buen rato.

José Roberto Coppola

miércoles, 25 de marzo de 2009

El día en que me robaron el presente

Bajaba por la empinada calle que está frente al apartamento donde vivo. Me dirigía a tomar el autobús que me llevaría al metro y luego al trabajo, y cuando estaba cruzando en la esquina, el futuro se atravesó en mi camino. Me detuvo. Quería arrebatarme el presente. Por unos momentos no puede dar paso alguno. Pero no dejé que me lo quitara, después de mi asombro, me desaté y decidí hacerlo a un lado. Seguí caminando. Opté por no mirar atrás, no quería saber si el futuro me perseguía. Llegué a la parada y vi mi rostro asustado en el reflejo del anuncio publicitario que estaba en la estación. Apareció el autobús, me subí y tomé asiento; cuando arrancó, yo estaba sentado con la vista en la ventana. Una cuadra más adelante me di cuenta que me hacía falta algo, me registré y no lo encontré. El bandido futuro me había robado. Ya no tenía al presente entre mis pertenencias.

José Roberto Coppola

martes, 24 de marzo de 2009

Ese silencio que escucho debajo del mar


Uno de mis sonidos favoritos en el mundo es el que escucho cuando me sumerjo debajo del mar.

Me gusta su sonido de silencio, de quietud, de infinito, de eco, de soledad, de paz, de vértigo, de calma...

José Roberto Coppola

sábado, 21 de marzo de 2009

Una galleta de la fortuna premiada

Cuando vi la bolsita de celofán, sonreí. Metí la mano en ella y tomé una cookie fortune. La aplasté, alegre, con las palmas de mis manos. Siempre me ha gustado el crujiente sonido cuando se quiebran las galletas de la fortuna. Separé con la yema de mis dedos los trozos. Mi galleta estaba premiada, tenía dos papelitos con la misma frase, como para que supiera que el mensaje era conmigo. Como para que no lo olvidara. Decía: "Hay que escuchar a la cabeza, pero dejar hablar al corazón". Me empecé a comer la galleta y me quedé cavilando: ¿Será que no oigo lo que pienso? ¿Será que censuro mis latidos? Seguí comiendo mi galleta perdido entre lo que no escucho y lo que no digo.

José Roberto Coppola

martes, 17 de marzo de 2009

El amor no le daría otra bofetada

Las mejillas mojadas. Las lágrimas le habían empapado algunos mechones de cabello al rostro hinchado de tristeza. Lavada la ilusión. El cabello revuelto. Los ojos chiquitos de tanto llanto. Gritaba atragantada. Gritaba desesperada. Gritaba vencida. Aquella madrugada el amor le hacía otro revés. Otro. No lloraba por la traición como por la nueva desdicha. El infortunio la visitaba otra vez. Se le ahogaban las palabras. Se le frenaba la respiración. Sus gritos agitaban el vacío. Tenía el alma esponjada de desconsuelo. Sus suspiros rasgaban más su desgracia. Sentía que la felicidad le había dado otra bofetada. Otra. Después de tres días en su habitación con puertas cerradas, salió a la calle. Y cuando manejaba veía con sus ojos maquillados el vértigo en el retrovisor. Algunas noches mojaba las almohadas. Pero cada mañana se propuso pisar su miseria. No se desgastaría en lágrimas. Siempre con el abismo de empezar de nuevo metido en la piel. Se había sacudido las penas y había decidido que no lloraría más. Lo dijo una y otra vez, convencida, como retando al amor. Caminaba aplastando todo su abatimiento. Sabía que la felicidad la buscaría a ella esta vez, no sería ella quien iría detrás. Un día esa misma felicidad que le había volteado de mejillas le pidió perdón cien veces; ella no le había guardado rencor y le dio otra oportunidad.

José Roberto Coppola

domingo, 15 de marzo de 2009

Mi yo mejorado

Quiero creer que cada día que pasa me vuelvo una versión mejorada de mí mismo.

José Roberto Coppola

jueves, 12 de marzo de 2009

No era el espejo quien la saboteaba

-Tú sólo necesitas un espejo, un labial y una cámara fotográfica para ser feliz, le advertí a la chica que siempre se toma fotos en el espejo.
-Pero, a veces, el espejo me sabotea, me dijo.
-El espejo no te sabotea, te saboteas tú misma, le respondí.

José Roberto Coppola

lunes, 9 de marzo de 2009

Esas luces fosforescentes que me gustan en la oscuridad de la noche

De noche, cuando todo está oscuro, hay unas luces fosforescentes que me gustan: la de la pantalla del televisor que brilla después de recién apagado, la que se expande y difumina desde la nevera que abro a medianoche, la que entra por la cortina de mi cuarto cuando aún la ciudad no se apaga, la que se asoma por debajo de la puerta del baño porque dejé el bombillo encendido, la del celular que se ilumina en la cama cuando llega un mensaje de texto a deshora, la que rebota en las paredes cuando prendo el laptop en una madrugada de insomnio, la lucecita roja del DVD, la de la chispa anaranjada del bombillo que se resiste a desgastarse después de apagado, la del Ipod que escucho cuando me enfrento contra el sueño...

Esas luces son una amenaza y una compañía.

José Roberto Coppola

viernes, 6 de marzo de 2009

A la salida del metro: el sol. Al final de la tristeza: el sol.

En el vidrio tambaleante de la puerta del vagón del metro veo mis ojos ahogados en una tristeza que no se desboca. Me sostengo de un tubo de acero frío y brillante. Mi cuerpo como un péndulo sin ritmo se balancea de estación a estación. Me siento como un sonámbulo. Las paredes de colores corren furiosas. Vuelvo a ver mi reflejo lloroso en el cristal. Estoy desgastado. Me mareo un poco. En mis oídos los audífonos de un Ipod que me seda con las agudas notas de una canción lírica. La luz ficticia de los neones del vagón que me intoxica el cuerpo. La puerta se abre agresiva y escupe gente que camina presurosa. Salgo hacía el andén, debo subir hasta la calle. Veo todo a través de mis pestañas mojadas. Me fastidian los ruidos, los colores, los movimientos. Una bulliciosa sonoridad de pasos y voces me aplasta. El tono gris es devastador. Un ejército de cuerpos en trance que se estremece y se enreda rápido. Las escaleras eléctricas se agitan desesperadas. El preámbulo abrumador y claro de la superficie. Subo. Todo muta en el blanco opaco de la atmósfera enceguecedora que aparece después de la subterránea oscuridad del metro. La luminosidad me perturba y me alegra. Busco la luz. Hago que mi piel se tiña de amarillo. Quiero que el sol me seque las lágrimas. Aparece la ciudad. Los motores de los autos tosen. Las cornetas se burlan del eco. La lírica de mi canción en el Ipod no apaga sus venenosos ruidos. Sigo caminando y me dejo tragar por la masa humana que se desliza en las aceras. Sigo llorando pero el sol está conmigo.

José Roberto Coppola

jueves, 5 de marzo de 2009

Soy malo

A veces pienso que no merezco la felicidad.

José Roberto Coppola

lunes, 2 de marzo de 2009

Las almohadas de mis insomnios


A veces me quiero hundir en ellas, otras veces las quiero tirar todas al suelo; a veces me aniquilan, otras veces me desgastan los pensamientos; a veces las aprieto, otras veces las abrazo; a veces las utilizo, otras veces las desprecio. Son 11 almohadas en total: cuatro blancas, dos de cuero, una gris, dos de lunares, una amarilla y una negra. Mis almohadas me acompañan en mis días sin sueño de bombillo encendido. Puede que una que otra me estorbe cuando no puedo dormir. Están allí cuando me despierto de madrugada. Siempre terminan alborotadas en la mañana. Son las que me coloco en la nuca cuando me pongo a mirar el techo o intento leer un libro cuando he fallado en mis intenciones de dormirme temprano. Las pateo, las aplasto, las doblo, las deformo. Quisiera que de noche absorbieran todos mis tormentos, todos mis miedos, todos mis delirios. Sé que las maltrato muchas veces. Sé que no puedo estar sin ellas. Son mis grandes amigas en mis madrugadas de insomnio.

José Roberto Coppola