Me detuve en la arena hundida frente a él. Lo vi de frente. Me estaba retando. Yo lo estaba retando también. Sus sinuosas ondas metálicas me estaban provocando. Él decidió desafiarme frente a los niños que me rodeaban. Si creía que no podía sentirme como un niño de nuevo se equivocaba. Subí por unas escaleritas de cuerda y me situé arriba. Me iba a lanzar por el tobogán como otro niño más. Mis pies colgaban sobre su cuerpo de metal. Se me alborotó el corazón de algarabía. Vi el corto precipicio que me esperaba. Suspiré fuerte, tomé impulso y me deslicé. Mi respiración despegó como un cohete. El cielo azul pasó por mis ojos como electricidad. Llegué abajo con la alegría todavía en el cuerpo. Me senté en la punta del tobogán, coloqué mis pies en la arena hundida por las pisadas de tantos aterrizajes y fui feliz.
José Roberto Coppola