Sus ojos color de nuez en el reflejo del vagón tambaleante del metro. La mirada serena y triste que ve a través del cristal. Mi amiga Mónica siempre de pie entre estación y estación, con las manos sujetando el coche en donde lleva abrigada a su pequeña Marcela. Escucha el anuncio en cada parada en ese idioma que todavía no termina de entender muy bien por tantas vocales con puntitos (å ä ö). Y ella allí, con el corazón latiéndole a la velocidad del metro en los rieles. Mira ansiosa a la ventana como si quisiera salir corriendo al país al que tanto extraña. Piensa en su bebé, piensa en su esposo, piensa en ella misma. Las puertas del vagón se abren. Piensa que debe esperar. Las puertas del vagón se cierran. Mónica sujeta con fuerza el coche. Mansa, contenida, aquietada. El metro se mueve furioso. Ella se siente atrapada en su propio presente. Piensa en la carrera de arquitectura que ha dejado a un lado. Cada tanto se abre una estación, una puerta, una escapatoria, una salida. La gente sale, la gente entra. La mirada de Mónica sigue lejos, con la distancia metida en el alma, con los kilómetros en cada pulsación. Su parada aún no se anuncia. Las puertas del vagón se abren. Si tan sólo pudiese llegar en metro a su casa, no a la de ahora, a la de siempre. Las puertas del vagón se cierran. La mirada sigue como en un túnel. Su recorrido le parece infinito. Mónica piensa en idas y venidas, en estadías, en tiempo, en vacíos, en lejanías, en la felicidad, en la paciencia, en boletos de avión, en huidas, en la entrega, en dejarse domar, en calles, en la vida. Piensa en Marcelita que crece tan rápido como si en cada estación se hiciera más grande. Las puertas del vagón se abren. Mónica debe esperar, sabe que tiene que esperar, pero no quiere que esa espera le pese. Las puertas del vagón se cierran. Mónica llora, pero con la expresión de su rostro, sigue con la mirada a muchos metros de distancia, con las ganas de decidir. Pero ahora no puede pensar en singular, debe pensar en tres. Debe pensar en encontrar su fórmula de combatir las millas que la separan de la existencia que está viviendo. Piensa en Suecia, donde vive; piensa en Venezuela, donde vivió. Se abre el vagón: ésta es su estación. Mónica le quita el freno al coche y, abriéndose camino entre la gente que quiere entrar, sale con su bebé, y aunque sabe a dónde va, en realidad no sabe para dónde.
José Roberto Coppola