Abrí los ojos y era otra madrugada de desvelo. Solté la almohada, me levanté de la cama y fui hasta la cocina por la caja blanca que me había traído mi amiga Ana Sofía de Nueva York. La caja blanca que contenía los cupcakes de The Magnolia Bakery. De regreso me senté en mi cama con mi pijama blanca y me empecé a comer un ponquecito. Los cupcakes de The Magnolia Bakery con sus frosting de colores pasteles se han vuelto un delirio para mí; una obsesión que me hace chupar los dedos. Recuerdo cuando me comí el primero con mi amiga Carla, hicimos la tradicional cola para entrar y nos sentamos enfrente en unos banquitos con nuestras bolsitas con cupcakes. Fue sublime. Cuando Carla vino este año me trajo unos que aunque llegaron aplastados me hicieron muy feliz. Nos comimos juntos, como dos niños, todo el frosting que vino pegado de la caja. Ahora en Caracas siempre los recuerdo. No había terminado de comerme el primero de la caja que me había llegado de la Gran Manzana cuando ya estaba eligiendo con la vista cuál sería el segundo que me comería. Al terminar de comerme el segundo cupcake, cerré la caja y la dejé encima de la cama. Me acosté con una dulce felicidad en la panza.
José Roberto Coppola