Allí, ella, con el cabello enredado en la almohada, respiraba con placidez. Soñaba con el amor posible. Ese que le alborotara las razones. Ese que le hiciera doblar su voluntad cuando se ponía terca. Ese que la mimaría en su caprichos. Ese. Un amor. Ninguno en particular. Un amor, nada más. Ella sólo quería estar enamorada.
José Roberto Coppola