lunes, 29 de diciembre de 2008

Por una vida aburrida

Y si descubro que esa vida aburrida no era tal cosa, no era lo que pensaba, no era lo que creía. Y si el aburrimiento es placentero y hasta divertido. Y si un día me doy cuenta que quiero llevar una vida sencilla, básica y corriente. Así no más. Y si así me siento pleno y feliz. Y si me siento completo. Y si no necesito más nada. Y si me doy cuenta que nada me falta. Y si lo insignificante era así porque lo desconocía, porque no sabía yo su verdadero significado. Y si quiero ser un ser ordinario, con una vida fácil y vulgar. Y si no deseo más que simpleza y rutina. Y si quiero una vida que no haga ruido. Y si me decido por una vida común, desconocida, predecible. Y si quiero una vida sin muchos pronósticos, sin riesgo, sin aventuras. Y si quiero conformarme con muy poco. ¿Y quien dice qué es realmente poco?

José Roberto Coppola

miércoles, 24 de diciembre de 2008

La pequeña mensajera

Abrí la ventana de mi cuarto y allí estaba la pequeña mensajera en su propio nido. Es un pichón que camina con las patas abiertas y que todavía no está listo para alzar vuelo. Chiquita e indefensa. La palomita llegó como llegan muchos de los mensajes en estas fechas de Navidad, como una postal o una llamada telefónica inesperada. No sé hace cuanto mora allí ni cuándo se irá. Todos los días me asomo en la ventana para verla. Sé que un día no estará, se habrá ido con su mensaje a otra ventana.

José Roberto Coppola

domingo, 21 de diciembre de 2008

Mentir es más divertido

¿Por qué te gusta tanto mentir?, le pregunté.
La verdad es muy aburrida. Mentir es más divertido, me dijo.

José Roberto Coppola

jueves, 18 de diciembre de 2008

Mi fuga

Sin un sobre al lado de la almohada en la cama perfectamente arreglada, ni una nota sostenida con un imán en la puerta de la nevera, ni una carta dejada en la mesa de la cocina en la que diga: "a quien la lea primero", ni una hoja escrita con marcador y pegada en el espejo del baño. Nada. Sin una llamada teléfonica o mensajes enviados por correo electrónico. Un día quisiera desaparecer. Irme. Escapar. Sin piedad. Sin remordimientos. Sin culpas. Sin que me importe familia, ni amigos. Mucho menos que tenía que pagar la tarjeta de crédito que se vencía en una semana, que debía buscar la ropa en la lavandería, ni que tenía dos reuniones de trabajo el día siguiente en la oficina. Ni que el cumpleaños de mi mejor amiga que sería en tres días, ni los platos sucios que dejé en el fregadero. Nada. Un día quisiera amanecer sólo con un verbo en mi cabeza: huir. Me gustaría bañarme, afeitarme, vestirme, colocarme perfume y agarrar sólo la pequeña planta que cuido en mi apartamento y salir. Tomar el ascensor, bajar hasta el piso donde vive esa señora que tiene un hermoso jardín en su balcón y frente a su puerta dejar a mi pequeña planta. Tomar de nuevo el ascensor - seguró veré en el espejo mis pupilas vacías-, luego salir del ascensor, caminar por el pasillo, abrir la puerta del edificio y marcharme. Sin dejar rastros. Sin pistas. Sin mirar hacia atrás. Y todos pensarán que me asesinaron o que me raptaron. Pero a nadie se le ocurrirá pensar que ese día simplemente quise abandonarlo todo.

José Roberto Coppola

lunes, 15 de diciembre de 2008

Terapia en la calle


-¡A qué no te atreves!
-¡A que sí!
-¿Seguro?
-Claro ¿por qué no?
-No sé ¿lo hacemos?
-Ah pues ¿vamos?
-Estamos locos
-Sí ¿y?
-Dale, rápido, rápido, antes de que venga el autobús
-1, 2 y 3.

Y allí, en una calle de Nueva York, un día soleado y delante de varias personas que hacían fila en la parada de autobús, mi amiga Carla y yo nos tiramos sobre el asfalto en nuestra terapia de piso. Sin importar que el suelo estuviese sucio o que nos vieran con cara de asombro.

José Roberto Coppola

sábado, 13 de diciembre de 2008

No pude

Un ticket de metro, una moneda, mi tarjeta de crédito, un bolígrafo, las llaves del apartamento, unos papeles, el pantalón y la camisa que me había quitado la noche anterior, mi cámara fotográfica con la cual iba a bajar una foto en la computadora que no bajé, el cable de la cámara, una carpeta, mi billetera, el celular casi sin batería porque no lo recargué, mi messenger bag abierto, la sábana revuelta, los cojines y las almohadas desordenadas. Soy un hombre ordenado, pero tengo momentos de colapso, luego enloquezco arreglando todo. Este era uno de ellos. Me detuve frente a mi cama y vi la composición. Era un desastre. Visualicé mi catástrofe. Reconozco que a veces tengo tantas cosas en mi cama que yo casi no entro. Uno de mis roommates me dice que a mí me gusta dormir doblado en un espacio pequeñito de mi cama. Casi al borde. Como si me gustara arroparme con todo mi caos. Sé que es verdad. Así como también admito que tengo una manía: todas las mañanas antes de salir debo dejar la cama en orden. Es un placer freak. Esta vez, detenido ante el asombro del alboroto de cosas en mi cama, tuve una determinación. Pensé que a veces debemos esquivar nuestras manías y entregarnos a vivir sin nuestros propios controles. Entonces me decidí: debía dejar la cama desarreglada. Sabía que era un cambio brusco a mis reglas. Sabía que me iba a costar. No lo pensé mucho, bueno no demasiado, está bien lo pensé bastante. Vi mi cama en su propio derrumbe y salí de mi habitación con la determinación de quien estaba venciendo sus propias obsesiones. Pero me costó. No pude. Me devolví y comencé a ordenarla.

José Roberto Coppola

jueves, 11 de diciembre de 2008

Detente

¿Cuántas veces en la vida te dices: DETENTE?

José Roberto Coppola

lunes, 8 de diciembre de 2008

La mirada de los otros

Todos te ven. Todos. Tú nos los ves, pero ellos te ven. Voltean cuando llegas, pero tú no los ves. No sabes cuándo, dónde, cómo ni por qué te ven. Pero siempre te ven. Siempre. Están en todos lados. En todos. Tú no sabes dónde. Ellos te apuntan con sus miradas, pero tú no las sientes. Donde voltees, están; donde mires, están; donde no mires también están. Donde estés, están; donde no estés, están. Siempre están para ti. Siempre. Pero no te cruzas con sus miradas. Nunca los ves, pero ellos te ven. A unos los conoces, a otros los has visto, otros no sabes quiénes son. Todos te ven. Todos. Siempre. Te ven bien, te ven mal. Te ven. Te escrutan, te examinan, te observan, te miran. Te ven. No tienes opción, no tienes decisión, aunque no quieras siempre, siempre te ven. Siempre.

José Roberto Coppola

domingo, 7 de diciembre de 2008

Quiero ser egoista

Hay días en que quiero ser egoista


Pd: Y no me siento mal por ello. Es un derecho.

José Roberto Coppola

jueves, 4 de diciembre de 2008

Mis formas de la soledad

El eco mudo de mi cuarto; silenciar el celular cuando no quiero atender una llamada; estar en la oficina cuando no hay nadie; comer en un restaurante solo; disfrutar el silencio de los domingos; escuchar los grillos en la noche; no tener que llamar a nadie para avisar que voy a llegar tarde; recorrer los pasillos de las librerías; estar en sitios vacios; esquivar; ir solo al cine porque escojo la película que quiero sin tener que complacer a otros; pasar todo un día en pijama; tirarme en el piso a pensar; leer en el metro; decir "no"; desviar las conversaciones; no tener mucho tiempo; descubrir lugares con no otra compañía que conmigo mismo; escribir en libretas lo que quiero; callar; no explicar a dónde voy, dónde estoy, ni de dónde vengo; decir "tampoco"; salir sin decirle a nadie; colocarle agua a mi pequeña planta del apartamento; no decir cuando cumplo años; mirar el techo; encerrarme en mi habitación; recordar; salir a ver vitrinas; volver a leer lo que escribí hace unos años; no tener disciplina; no usar reloj; decir "menos"; mirar la lluvia; ver fotos viejas; pensar; comprar escondido; trabajar mucho; mirarme al espejo; ver el cielo desde la ventana de un taxi; evitar; la cama perfectamente arreglada; encontrar cosas dañadas en la nevera...

José Roberto Coppola

lunes, 1 de diciembre de 2008

Mi desvarío por una taza o el apego más absurdo que he tenido


No aparecía. Al principio no le di importancia. El segundo día ya empecé a preocuparme. Mi taza estaba extraviada. La busqué por los gavinetes de la cocina, la busqué en mi cuarto, debajo de mi cama, la busqué en la nevera, detrás del televisor, la busqué otra vez en los gavinetes, en la mesa de mi cuarto, de nuevo debajo de la cama. La busqué, la busqué y la busqué. Al tercer día la busqué por los mismos lugares y por otros. No la conseguía. Mi taza de porcelana negra y boca ancha no estaba. No me di cuenta, sino hasta este momento, lo importante que ella era para mí. En mi taza desayuno cereal todas las mañanas. En ella tomo hasta el agua. Mi taza me acompaña cuando leo el periódico o cualquier libro. A veces no quiero que ninguna persona la utilice. Cuando otros la tienen entre sus manos me inquieto y me da ansiedad. Sé que es raro, loco y hasta enfermizo, pero no quiero que nadie beba de ella. Al cuarto día la seguí buscando y caí en suspicacia y paranoia. Y empecé a desvariar. Pensé que me la habían escondido. Hasta llegué a creer que alguno de mis dos roommates la había roto y no me había dicho nada hasta encontrar otra igual para sustituirla. Ya estaba delirando. Me puse psyco, lo sé y lo reconozco. Pero la necesitaba. Hasta que mi taza apareció debajo de un lote de ollas y platos que se encontraban en el escurridor del lavaplato. Parecía un espejismo. Sentí que volví a respirar con alivio. Otra vez mi taza estaba conmigo. Es unas de esas cosas sencillas a las que me he apegado absurdamnte como un idiota, estoy claro, pero no quiero volver a perderla.

José Roberto Coppola