martes, 30 de junio de 2009

La bifurcación

Y al final de esa calle, una bifurcación. Te detienes. Piensas. No te decides si ir por la derecha o por la izquierda. Sólo hay dos alternativas. Dos caminos. Dos direcciones. Tratas de ver la infinitud de cada calle. Se ven diferentes. Ves a un lado y vaticinas una historia y del otro lado anticipas otra historia. Y allí las dos calles. Y estás hecho incertidumbre. Cada camino te llevará a un final distinto. Tu vida dependerá de esa decisión. Vuelves a ver las dos calles. Y no sabes qué hacer...

José Roberto Coppola 

sábado, 27 de junio de 2009

Lo otro que no sé

No sé cómo se llaman mis vecinos, no sé el nombre de la mayoría de las calles por las que paso todos los días, no sé el nombre ni el número de la promoción de grado de cuando me gradué de periodismo (de esto me di cuenta hace poco), no sé cuántos suéteres tengo en el clóset, no sé cuantas revistas tengo (muchas, nunca demasiadas), no sé cuánto tengo en el banco (ni cuando tengo poco, ni cuando tengo más, sólo sé que nunca tengo mucho), no sé cuánto cuesta un café (¿será porque no lo tomo?), no sé el nombre de muchas personas que me conocen y me saludan, no sé preparar una sopa (al menos que sea de sobre), no sé cuántos libros me he comprado que no he leido todavía, no sé el número de teléfono de mucha gente (he llegado a entender que alguien es importante para mí cuando me sé su número de teléfono), no sé todo lo que tengo en la última gaveta de mi oficina, no sé hacer la vuelta canela (nunca aprendí), no sé levantarme tarde (quisiera algún día poder despertarme a las 12 del mediodía), no sé silbar, no sé cargar canciones a mi Ipod (mi primo Nico y mi amiga Magaly me han ayudado), no sé manejar (con tanta falta de práctica de seguro se me olvidó), no sé todas estas cosas y no sé si quiero saberlas.

José Roberto Coppola

miércoles, 24 de junio de 2009

El círculo itinerante de una posible vida

Y caminando por aquella ciudad ajena entre un océano de gente, sentí como si la vida me susurraba a mis espaldas, me detuve, entonces me di la vuelta y en el medio de ese frenético ir y venir de personas que se movían hacia todos los puntos cardinales, me asaltó una idea infinita: la de comenzar una nueva historia cada cierto tiempo. Lejos. Distante. Sin pasado. En donde nadie me conozca. Tendría que buscar una casa, un trabajo, una rutina. Debería hilar una nueva realidad, sólo por algún tiempo. Y justo cuando ya me salude el viejecillo de la panadería, el cajero del banco, la chica que trota por el parque, el mendigo de la esquina y la mujer de la oficina postal, esa de donde me devolveré siempre sin depositar las cartas que habré escrito. Una vez que empiece a tener vecinos. Una vez que comience a tener amigos. En ese momento, y ya una vez ahorrado suficiente, compraré el pasaje a otra ciudad más lejana, y, cuando esté allá decidiré no regresar a la anterior e iniciar otra vida en la nueva. Y en cada casa que deje quedarán mis rastros: mi ropa doblada en el armario, los libros que habré leído durante ese tiempo, mi cepillo de dientes detrás del espejo del baño, mi pijama bajo la almohada y en algún pote de la cocina las cartas que escribí y nunca a nadie mandé. Así giraré por el mundo y cuando me fastidie de un lugar, escaparé a otro, y a otro y a otro. Hasta que la vida me susurre de nuevo y me diga que la línea itinerante de mis días tiene que cerrarse en círculo. Y entienda yo que ya basta. Luego de muchas partidas y llegadas, de muchas apariciones y desapariciones, finalmente aterrizaré en esa ciudad desde donde un día partí, la misma en la que pueda tocar esa puerta y cuando ésta se abra decir cansado: "llegué".

José Roberto Coppola

viernes, 19 de junio de 2009

El escape no inminente

Sus ojos color de nuez en el reflejo del vagón tambaleante del metro. La mirada serena y triste que ve a través del cristal. Mi amiga Mónica siempre de pie entre estación y estación, con las manos sujetando el coche en donde lleva abrigada a su pequeña Marcela. Escucha el anuncio en cada parada en ese idioma que todavía no termina de entender muy bien por tantas vocales con puntitos (å ä ö). Y ella allí, con el corazón latiéndole a la velocidad del metro en los rieles. Mira ansiosa a la ventana como si quisiera salir corriendo al país al que tanto extraña. Piensa en su bebé, piensa en su esposo, piensa en ella misma. Las puertas del vagón se abren. Piensa que debe esperar. Las puertas del vagón se cierran. Mónica sujeta con fuerza el coche. Mansa, contenida, aquietada. El metro se mueve furioso. Ella se siente atrapada en su propio presente. Piensa en la carrera de arquitectura que ha dejado a un lado. Cada tanto se abre una estación, una puerta, una escapatoria, una salida. La gente sale, la gente entra. La mirada de Mónica sigue lejos, con la distancia metida en el alma, con los kilómetros en cada pulsación. Su parada aún no se anuncia. Las puertas del vagón se abren. Si tan sólo pudiese llegar en metro a su casa, no a la de ahora, a la de siempre. Las puertas del vagón se cierran. La mirada sigue como en un túnel. Su recorrido le parece infinito. Mónica piensa en idas y venidas, en estadías, en tiempo, en vacíos, en lejanías, en la felicidad, en la paciencia, en boletos de avión, en huidas, en la entrega, en dejarse domar, en calles, en la vida. Piensa en Marcelita que crece tan rápido como si en cada estación se hiciera más grande. Las puertas del vagón se abren. Mónica debe esperar, sabe que tiene que esperar, pero no quiere que esa espera le pese. Las puertas del vagón se cierran. Mónica llora, pero con la expresión de su rostro, sigue con la mirada a muchos metros de distancia, con las ganas de decidir. Pero ahora no puede pensar en singular, debe pensar en tres. Debe pensar en encontrar su fórmula de combatir las millas que la separan de la existencia que está viviendo. Piensa en Suecia, donde vive; piensa en Venezuela, donde vivió. Se abre el vagón: ésta es su estación. Mónica le quita el freno al coche y, abriéndose camino entre la gente que quiere entrar, sale con su bebé, y aunque sabe a dónde va, en realidad no sabe para dónde.

José Roberto Coppola

martes, 16 de junio de 2009

Del otro lado de la tina

Toda mi humanidad desnuda y metida en una tina. Mi nuca al ras de la porcelana. Veo mi cabello moverse como algas en el fondo del mar. Mis pestañas no pueden barrer tanta agua. Mi nariz es una erupción de burbujas. Mi columna comienza a adaptarse a la concavidad. Y yo allí, hundido en el agua viendo mi realidad distorsionada a través de la acuosidad. Las burbujas empiezan a desprenderse de mi nariz como globos que se escapan en el cielo. Veo la vida que me espera detrás del agua, es como si viese mi vida detrás de un espejo. Y la veo como con un poco de vergüenza. La veo algo mediocre. Veo mi triste vida detrás del agua. No sé si quiero salir. No sé si quiero volver a ella. La fantasía se acaba. El aire se acaba. La gravedad del agua se acaba. Prorrumpo hacia la superficie, el agua salpica en el agua, en mi cuerpo, en el piso de la vida que me esperaba. Respiro con ansiedad, con el agobio en cada suspiro. Me paso la mano la cabeza, por la cara, el agua se deliza como una fuente desde mi cabello. Con la mirada húmeda veo que estoy de regreso a mi vida de siempre. Salgo de la tina, me enrollo en una toalla y continúo.

José Roberto Coppola

jueves, 11 de junio de 2009

Opinar no es fàcil

"Es muy fácil opinar desde afuera", me dijo mi amiga Carolina una vez. Cuando estás metido en el problema no es nada sencillo.

José Roberto Coppola

martes, 9 de junio de 2009

Terapia en un helipuerto


No sé si era la helada brisa o el Chardonnay que hacía arder mis mejillas. Estaba yo allí, acostado con el vértigo en el estómago en el medio de la pista de aterrizaje de helicópteros, mirando el cielo que estaba desordenado de nubes como las pelusas blancas arrojadas por un ventilador. Con el frío de los lugares vacíos azotándome el cuerpo trataba de buscar mi horizonte, pensaba si conseguiría yo algún día dónde aterrizar. Cada tanto mojaba mi garganta con pases de vino blanco, me sentía como uno de esos borrachos que habitan bares que huelen a peligro. Calentaba con mi néctar francés mi vida llena de neblina. Y con ese sentimiento de decadencia me abrochaba más el abrigo gris como buscando que éste me abrazara. La brisa gélida me electrificaba el cabello, se me metía debajo de sobretodo de lana, me llegaba a los huesos. Me estaba congelando. Me estaba perdiendo en mi futuro sin puerto. Un escalofrío me sacudía los poros. Estaba asustado. No sé si sentía miedo por el frío o por no saber a dónde iba yo con mi vida o a dónde mi vida me estaba llevando.

José Roberto Coppola

"Los dientes castañean de frío, a veces, y a veces de temor, porque el frío y el miedo se parecen"

Héctor Abad Faciolince

jueves, 4 de junio de 2009

Soy una excepción

Tengo que terminar de entender que soy una excepción.

José Roberto Coppola