miércoles, 29 de abril de 2009

Unos ojos que queman como el hielo seco

Tiene unos ojos de desborde, que rebasan, que están al límite. Tiene unos ojos de profundidades contenidas. Tiene unos ojos grises como los de un cielo gris que amenaza con tormenta, pero que al final no se deshace en lluvia. Mi amiga Érika tiene unos ojos nobles, unos ojos protectores, unos ojos arrolladores, como noble, protectora y arrolladora es ella. Unos ojos que pueden temblar de alegría y tristeza en un mismo instante. Unos ojos que te miran de frente, porque así es ella una mujer franca, clara, certera. Érika tiene una mirada en la que no entra la desmesura de sus buenos sentimientos, esos que ella no imagina que tiene. Porque ella no es dura como cree, más bien es más blanda de lo que puede pensar. Tiene unos ojos que queman como el hielo seco. Unos ojos que no olvidas más nunca. Unos ojos que siempre están barnizados de brillo. Es ella mujer de una mirada sensata y poderosa. Una mirada potente y frágil, valiente y vulnerable. Una mirada que revela más de lo que cree que esconde. Unas pupilas que se dilatan en vértigo. Ella tiene una mirada de anchas dimensiones. Una mirada de vorágine. Una mirada bella. Una mirada infinita.

José Roberto Coppola

lunes, 27 de abril de 2009

Alegre fugitivo

Decidí burlarme de mi tristeza. Me le reí en la cara y luego escapé. Salí corriendo muy rápido. Creo que la dejé bien atrás. Tomé bastante distancia. Cuando volteo no la veo venir. Parece que la tristeza no fue tras de mí, no me persiguió. Pero ella es muy veloz y en menos de que pueda darme cuenta me atrapará otra vez. Cuando me capture aspiro no estar preso por mucho tiempo. Sólo debo esperar a que se distraiga de nuevo para volver a huir.

José Roberto Coppola

miércoles, 22 de abril de 2009

Con los brazos abiertos

Iba retrasado. Mi amiga Andreina, a la que tenía mucho sin ver, me estaba esperando para cenar.

-Voy tarde, perdón, le escribí desde mi celular en un mensaje de texto.
-Soy la que tiene los brazos abiertos, me respondió.

Era ya bastante el tiempo que habíamos pasado distanciados sin otra razón que el descuido. Sería descarado e injusto culpar a nuestros trabajos. Dejamos de hablar y escribirnos sin motivo. Llegué al lugar y la llamé por teléfono:

-¿Dónde estás?, le pregunté a la vez que veía para todos lados.
-En la entrada del restaurante, me dijo.

Nuestros rostros se encontraron a distancia cuando aún teníamos los celulares en los oídos. Allí estaba ella, con los brazos abiertos como me había prometido y con la cara inclinada en gesto de ternura. Salimos corriendo uno hacía el otro e imitamos en cámara lenta lo que sucede en las películas cuando dos personas se encuentran. Nos dimos un abrazo estrecho que duró muchos segundos. Nos pusimos al día con nuestras historias, nos contamos nuestras quejas y pequeñas ambiciones. Nos abrazamos muchas veces: en el restaurante, en el ascensor, en el bar al que fuimos después a escuchar música en vivo, cuando nos despedimos. Cada vez que la abrazaba sentía que su respiración estremecida se mezclaba con la mía. Una respiración que tenía mucho de ansiedad y de alegría contenida, mucho de necesidad y de entrega, mucho de ausencia y de recibimiento. Hicimos un pacto: no separarnos jamás. Debemos cumplirlo.

José Roberto Coppola

lunes, 20 de abril de 2009

El salto

Y el cuerpo se me transformó en precipicio. Y la respiración se me volvió abismo. Y el infinito se hizo cada vez más ancho. Intenté escapar de la brisa fría que golpea cuando uno se arroja a la nada o al todo. No pude. Fallé. El futuro era invisible. Había que saltar para caer lentamente o quedarse parado mirando hacia abajo. Yo salté.

José Roberto Coppola

viernes, 17 de abril de 2009

La anestesia del dolor

Siento la piel tirante, como si una película impermeable se hubiese adherido a ella. El corazón me late distinto en un sonido potente, tranquilo, espaciado. Creo que no voy a sufrir más y lo creo de verdad, confío en que nada podrá derrotarme. Me siento inmune. Me siento como imagino que debe sentirse el que ha despertado de una larga cura de sueño. Me vuelvo más flemático, más manso, más calmoso. Es como un estado de una hibernación consciente, como si fuese un lúcido sonámbulo. Experimento una alegría apacible, infinita y hueca. Una felicidad elástica. No hay momento, no hay tiempo. Es como si el futuro y el pasado no existieran y el presente fuese la única opción. Me siento invencible. Siento que transpiro una sustancia radioactiva que me protege. Me siento conservado ante el peligro. Es la anestesia del dolor. Y camino con pisadas de terciopelo, y respiro un aire denso y esponjoso, y veo como si tuviese puestos unos lentes tridimensionales. Siempre siento esta anestesia después de haberme encontrado abatido y vencido. Justo cuando creo que no puedo sufrir más porque el tanque del sufrimiento se quedó vacío. La vivo luego de asumir que no lloraré jamás. Es un engaño benigno del cuerpo. Es una trampa de mis propias percepciones. El trance no es eterno, tiene un final. Y como toda anestesia, se pasa, se acaba y vuelvo a sentir de nuevo.

José Roberto Coppola

martes, 14 de abril de 2009

Midiendo mi velocidad

Siempre pienso que voy muy rápido o que voy muy lento ¿Por qué no puedo pensar simplemente que voy?

José Roberto Coppola

sábado, 11 de abril de 2009

La vida tiene sus pliegues

Es como si la vida tuviese un pliegue con el que jamás me hubiese cruzado. Un doblez inesperado. Uno que nunca estuve buscando -¿o sí?- y de pronto apareció. Es como si de repente pude ver que la vida me mostraba otro lado. El de atrás. Uno oculto. Uno que me lleva a mi mismo lugar que no es el mismo finalmente. Es como si un día me hubiese encontrado con que la vida tenía es plisado ¿secreto? ¿ignorado? ¿inadvertido? Y empiezo una vida más pura. Una distinta. Más extraña. Muy rara. Una que se parece a otra dimensión de mi propia vida. Una que no me creo. Una que estoy descubriendo y que debo aprender a conocer. Una que estoy saboreando. Una que me está gustando. ¿Será esta la vida que quiero? ¿Puedo sentirme tan pleno? ¿Hasta cuándo? ¿Me cansaré de ella en algún momento? ¿Existirá en esta vida un dobladillo que me lleve a otra vida nueva?

José Roberto Coppola

martes, 7 de abril de 2009

La mirada en el techo

Abrí los ojos, miré el techo blanco de mi habitación y me encontré pensando en ella. Moví con desconcierto los pies debajo de la sábana blanca. La piel llena de mañana, de despertar. La luz que entraba por la ventana era una sombra luminosa en mi cama. El día había decidido meterse en mis ojos, como se me había metido la incertidumbre, como se me había metido el techo, como se me había metido ella. No sabía si podía o si estaba dispuesto a abandonar todo aquello a lo que yo me había abandonado. Me llevé una mano a la cabeza y sacudí mis cabellos agitados, con la otra mano me rasqué el cuerpo, por encima de las costillas. Parpadeé fuerte, me deshice de un tiro de la sábana que me cubría y me levanté de la cama.

José Roberto Coppola

domingo, 5 de abril de 2009

Una urgencia, un antojo, un capricho

Un mensaje de mi amiga Carla llega a mi celular: "Llámame, es urgente".
Me asusto, pienso en qué debió haber ocurrido, empiezo a marcar su número de teléfono.
- Aló Carla ¿pasó algo?
- No, es sólo que tengo un antojo horrible de escucharte, tengo capricho de hablar contigo.

José Roberto Coppola

jueves, 2 de abril de 2009

Mi cara en el espejo de los baños de los aviones

Espero que la luz indique que puedo hacerlo, desabrocho mi cinturón, me levanto del asiento, camino por el pasillo alfombrado del avión hasta llegar al baño sólo para ver mi cara en el espejo.

José Roberto Coppola