domingo, 27 de diciembre de 2009

La paz sea conmigo

Siempre trato de alejarme del dolor, de aquello que me hace daño, de eso que me perturba. Siempre trato de distanciarme del sufrimiento. Es uno de mis dogmas. Sólo quiero estar en paz.

José Roberto Coppola

lunes, 21 de diciembre de 2009

Cuando algo no me importa es para siempre

Muchas cosas me importan, la verdad. Un montón. A veces demasiadas. Cosas profundas y trascendentales como inmensamente banales me importan de igual manera. Pero poseo una gracia que me asusta, me sorprende y me fascina: cuando algo me deja de importar es para siempre. Sí, soy radical, soy definitivo, soy determinante. No hay manera que vuelva a sentir interés por eso que dejo de importarme. No hay forma que eso me importe otra vez. No hay posibilidad de que pueda avivar el entusiasmo. No puedo hacer nada. Es inevitable y me gusta que sea así.

José Roberto Coppola

martes, 15 de diciembre de 2009

Y habré sido uno de los últimos en oler ese perfume en su piel

Yo observaba cómo ella bailaba con gracia, con esos pasos livianos, desarticulados y armoniosos, como los de una marioneta.
- Huele mi perfume, me dijo llevando mi cara a su cuello.
- Es dulce, le dije.
Bailábamos en la oscuridad de esa noche rara.
-Estoy triste, me confesó sin soltar el ritmo arbitrario de sus movimientos.
-¿Por qué?, le pregunté con un intento de mirarla a los ojos.
-Mi perfume favorito lo descontinuaron. Ya no lo van a vender más, me decía mientras bailaba. 
Era una tragedia. Ella ya no iba a poder dejarse oler como quería.
-¿Cuánto de perfume te queda?
-Unas gotitas. Serás uno de los últimos que lo vas a poder oler en mi piel.
Y siguió desprendiendo su olor en la pista de baile entre pasos cándidos y despistados.

José Roberto Coppola

jueves, 10 de diciembre de 2009

No sé cómo son mis días

Mi amiga Carolina que me llamó a las siete de la mañana. Menos mal que siempre me despierto temprano.
-¿Cómo estás?, le pregunté con curiosidad.
- Esperando un día malo para ver cómo es eso, me respondió.

Yo quiero días buenos para ver cómo son y quiero aprender a reconocer cuándo estos lleguen. 

En realidad no sé cómo son mis días.

José Roberto Coppola

domingo, 6 de diciembre de 2009

A la rueda, rueda...

El ruido de unos vasos de whisky sobre la mesa de vidrio, una risa que consigue eco en otras risas, más whisky, más vino, más tequila, más risas, el humo de un cigarrillo que se pasan de mano en mano. La noche se ensancha. Botellas en la mesa, gritos de la gente que no se escucha. Pienso, respondo, divago, pienso. Una rueda de gente. Copas, cenizas, un pensamiento esquivo. Hablo, callo, medito, me abstraigo, hablo. Un trago, una pausa. La música anima. Una pareja bailando. Alegría, melancolía, calma. Bocanadas de humo, voces aceleradas, vasos en la mesa. La negra y clara transición de la madrugada. Alboroto y silencio. Yo hablo, ellos hablan, todos hablamos. La camaradería fortuita, posible, etérea, escurridiza. Un trago compartido. Yo tomo, ellos toman, todos toman. A la rueda, rueda. Pienso, hablo, me distraigo, río, callo, pienso...

José Roberto Coppola

jueves, 3 de diciembre de 2009

Eso que vuelvo grande

Eso que pienso hasta agotarme, que me aniquila, que me abstrae, que me anestesia. Eso que no sé qué es. Eso que desde la pequeñez vuelvo gigante. Eso que no sé si existe o yo me lo invento. Magnifico, abuso, exagero. Me autoengaño. Me torturo. Eso que sólo está en mi imaginación. Me envuelve, me sobrecoge, me domina. Eso ínfimo que vuelvo enorme. Eso que pienso en el día, que me asalta en mis desvelos y hasta en mis pesadillas. Invisible, potente, abrumador, fulminante, ubicuo, permeable, rapaz. Eso que crece y crece y crece. No me puedo librar. No me puedo escapar. Nadie me puede salvar de eso. Sólo yo. Sólo yo.

José Roberto Coppola

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Las búsquedas en los espejos

Siempre me veo en los espejos como queriendo en mi otro yo encontrar algo o como que mi otro yo encuentre algo en mí.

José Roberto Coppola

lunes, 23 de noviembre de 2009

A salirme con la mía

Quiero siempre, siempre, siempre salirme con la mía. Lo que me maravilla -y me atemoriza- es que creo que encontré la forma de lograrlo.

José Roberto Coppola

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Cuando la redención parece inasible

Busco librarme de mis propios vicios. Ya no quiero pensar tanto, pero vivo perdido en la vastedad de mis propios silencios. Deseo desatarme de las amarras de mis desidias y escapar de mis vaguedades. Vivo preso de la pereza. Soy un vagabundo que se deja seducir por el tentador elixir del fastidio. Soy un pecador. Quiero mi redención. Necesito suplicarme a mí mismo no caer en las tentaciones del vivir fácil. No puedo permitirme que el cansancio sea siempre una respuesta ni mucho menos un arma para defenderme. Me avergüenza cuando me aprovecho de mi autocompasión. Abuso de mi propio perdón. Soy débil y me resulta cómodo socorrerme. No puedo exagerar en las bondades de mi solícita lástima. No quiero permitirme las fatuas caridades conmigo mismo. Basta de las complicidades que me ayudan a subsistir. No a mi propia misericordia. No quiero esos perniciosos convencimientos que, falsamente, me salvan de los errores. La tristeza no puede ser un amparo. Quiero conseguir mi propia emancipación.

José Roberto Coppola

lunes, 16 de noviembre de 2009

La condena

No hay peor condena que la del aburrimiento.

José Roberto Coppola

sábado, 14 de noviembre de 2009

Dos cupcakes a media noche

Abrí los ojos y era otra madrugada de desvelo. Solté la almohada, me levanté de la cama y fui hasta la cocina por la caja blanca que me había traído mi amiga Ana Sofía de Nueva York. La caja blanca que contenía los cupcakes de  The Magnolia Bakery. De regreso me senté en mi cama con mi pijama blanca y me empecé a comer un ponquecito. Los cupcakes de The Magnolia Bakery con sus frosting de colores pasteles se han vuelto un delirio para mí; una obsesión que me hace chupar los dedos. Recuerdo cuando me comí el primero con mi amiga Carla, hicimos la tradicional cola para entrar y nos sentamos enfrente en unos banquitos con nuestras bolsitas con cupcakes. Fue sublime. Cuando Carla vino este año me trajo unos que aunque llegaron aplastados me hicieron muy feliz. Nos comimos juntos, como dos niños, todo el frosting que vino pegado de la caja. Ahora en Caracas siempre los recuerdo. No había terminado de comerme el primero de la caja que me había llegado de la Gran Manzana cuando ya estaba eligiendo con la vista cuál sería el segundo que me comería. Al terminar de comerme el segundo cupcake, cerré la caja y la dejé encima de la cama. Me acosté con una dulce felicidad en la panza. 

José Roberto Coppola

martes, 10 de noviembre de 2009

Un arco iris en mi cama

Me acosté en mi cama pensando en esa curva del arco iris que decía la canción Moon river que canta Audrey Hepburn en Desayuno en Tiffany's y que estaba escuchando en ese momento. ¿Qué habrá al final del arco iris, justo en esa curva? ¿Cómo se atraviesa ese puente de colores? ¿Quiénes pueden llegar allí? Me imaginé del otro lado del arco iris. Me sentí feliz. Allí no se podía sentir tristeza. Vi hacia atrás y supe que no podía regresar. Apreté mi almohada y empecé a llorar.

José Roberto Coppola

jueves, 5 de noviembre de 2009

Desconfío en mí para confiar en mí

Sólo puedo confiar verdaderamente en mí mismo una vez que en mí he desconfiado verdaderamente.

José Roberto Coppola

lunes, 2 de noviembre de 2009

Hay batallas que no me interesa dar

Hay batallas que no me interesa dar. Hay batallas que ya no me importan y dejan de convertirse en una batalla para mí. Cuando abandono una contienda me rindo y esa decisión es una victoria si sé que no voy a ganar o que ganaré más con la derrota. Me gusta saber cuándo retirarme. Quiero elegir mis propias luchas. Quiero luchar mis propias guerras

José Roberto Coppola

miércoles, 28 de octubre de 2009

Terapia a ciegas



Me acosté en el suelo frío, me cubrí los ojos y no quise saber lo que venía.

José Roberto Coppola

domingo, 25 de octubre de 2009

Días sin sobresaltos

Hay días en que nada me parece inminente. No hay expectativas. No hay miedos. Sobra la calma y la cordura. Vivo unos días en los que el eco no me instiga. Disfruto del purgatorio entre la felicidad y la tristeza. No hay ahora ni después. Mi memoria está haciendo una siesta. Pensar me da pereza. Son días en los que la vida es amplia, vasta, posible. Sin esfuerzos. No espero nada. Ninguna inquietud hormiguea mi piel. Días en los que la sorpresa no es una amenaza y en los que la placidez me ha embelesado y no tengo el antídoto.

José Roberto Coppola

viernes, 23 de octubre de 2009

Las cenizas de los corazones quemados siguen latiendo

Arden tibias las cenizas todavía después de que la candela quemó el corazón. El aplacado y cálido reposo del polvo ondea radiactivo e invisible. Naranja, púrpura, amarillo, índigo, negro, gris, blanco. Las llamas que danzan seductoras en su propio baile ya no están. El fuego no se devora, voraz y goloso, todo. Los desgastados rescoldos se duermen. La ceniza sigue latiendo.

José Roberto Coppola

domingo, 18 de octubre de 2009

Siempre quiero escuchar mis pasos

Un paso tras otro y tras otro y tras otro en ese camino de la vida que escogí. Y de tanto caminar no siento el piso, no lo siento. Y no escucho mis pisadas, ya no hay eco. Y el camino se me hace ancho, tanto que ya no hay camino. Sigo caminando, pero con la suspicacia de enfrentarme a la vastedad. Y siento que ese camino que ya no existe me gobierna, es él quien manda. Ya no es mi elección. ¡No! No quiero ni debo seguir esa dirección, deseo cambiar la ruta o inventarme una distinta. Y allí me enfrento a mí mismo, sin dejar de caminar a pasos que todavía no tienen resonancia. Quiero cambiar mi camino por capricho, por deseo o por una corazonada, ¡por lo  que sea! finalmente es por una necesidad. No me permito habituarme a ninguna ruta. No quiero conformarme con un camino. Quiero decidir si continúo caminando por donde lo estoy haciendo o si quiero agarrar un camino más largo o un atajo. Busco tener el ímpetu que me permita reconocer si debo desviarme del camino. Sigo caminando,  y siempre me detengo y con coraje cruzo, giro o doy una vuelta y allí está el nuevo camino: y vuelvo a escuchar mis pasos.

José Roberto Coppola

jueves, 15 de octubre de 2009

A veces se gana más perdiendo

Perder siempre es una ganancia.

José Roberto Coppola

lunes, 12 de octubre de 2009

El cobijo de la oscuridad

Me gusta el cobijo de la oscuridad. Me siento resguardado en ella. Cuando todo está negro me encuentro que soy un valiente guerrero nocturno. Y a nada tengo miedo.

José Roberto Coppola

miércoles, 7 de octubre de 2009

Ecuación feliz (Post 100)

Cuando encuentro la solución de una fórmula para la felicidad después de un tiempo se me olvida la ecuación y no sé cómo resolverla de nuevo. 

Nunca fui bueno para las matemáticas.

Sumar siempre ha sido lo más fácil. Hoy sumé 100 posts.

José Roberto Coppola

viernes, 2 de octubre de 2009

Esos ojitos tristes que se balancean como en un columpio

Cuando ella está consternada sus ojitos negros se mueven para adelante y para atrás en el columpio de su aflicción; se balancean una y otra y otra y otra vez, y, cuando están en la parte más alta de la curva, justo en la que se pueden lanzar para ser libres, no saltan, se dejan aspirar por la gravedad y una vez atrás, de nuevo, sus ojitos vuelven a tomar impulso para seguir meciéndose por horas en su propia tristeza. 

José Roberto Coppola

martes, 29 de septiembre de 2009

Mirar hacia arriba

Hay días en los que me escapo por unos minutos de la oficina con el capricho de mirar por un buen rato de qué color está el cielo.

A veces cuando camino por la calle me detengo sólo para mirar las nubes.

Son tan pocas las veces que veo los atardeceres que cuando me enfrento a ellos nuevamente siento que me he perdido una parte de la vida.

José Roberto Coppola

sábado, 26 de septiembre de 2009

La felicidad no hace tratos, la infelicidad sí

Nada puedo negociar con la felicidad, ni que llegue, ni cuando llegue puedo siquiera pedirle que se quede o que no parta tan rápido. La felicidad no negocia. La felicidad no permite pacto alguno. Quizás es correcta y no cae en tentaciones. No cede ante lágrimas, súplicas, ni peticiones. La felicidad no acepta corrupciones. La felicidad no se doblega, ni complace, ni se conmueve. La felicidad llega y se va cuando quiere y no puede hacer nada por quedarse porque no está en sus manos. A la felicidad no le puedo rogar, no la puedo obligar. La felicidad no hace tratos. Es con la infelicidad con quien debo negociar.

José Roberto Coppola

¿Sabes qué hago con la infelicidad?
La soborno.

Psyco de Alfred Hitchcock

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Mi intención

Me digo: 'inténtalo'. Me repito que debo tener voluntad y coraje. Me empujo hacia el vacío de lo que quiero. Me reto a mí mismo con la intención de jamás perder. Me alboroto los ánimos y las esperanzas. Me doy cuenta que las posibilidades se vuelven certezas. Me doy muchos votos de confianza. Me recuerdo que soy yo y nadie más quien debe motivarme a hacer todo aquello que me provoca. Me pregunto: '¿por qué no habría de lograrlo?' Me contagio de valentía hasta una saciedad que a veces es curiosa. Me digo: 'tú puedes', pero a veces dudo y me cuestiono: '¿puedo?'.

José Roberto Coppola

sábado, 19 de septiembre de 2009

A la orilla de un camino errante

Me quité las sandalias y la franela y empecé a caminar por la orilla de la playa, entre esas pequeñas olas que revientan en la arena. Era un camino errante por el borde del mar. No había huellas porque caminaba entre las aguas. No había principio ni fin.

José Roberto Coppola

martes, 15 de septiembre de 2009

El día que fui en pijama a la oficina

- No quisiera ir al trabajo, le escribí en el chat a mi amiga Carla.
- No vayas, inventa un excusa, me dijo como si fuese tan fácil.
En ese momento pensé en tener la osadía de ser un irresponsable. Pero no pude. No fui un valiente porque no hice lo que me dio la gana.
- Quiero estar en pijama todo el día. Cuando estoy en pijama soy feliz, le dije
-¿Y por qué no vas en pijama a la oficina como siempre has querido?, me retó.
Esa tentadora idea de ir en pijama a la oficina siempre me dio vueltas en la cabeza.
-Es verdad. Voy a ir en pijama.
Me vestí con un pantalón de pijama, una camisa blanca y un blazer. Mi idea era ir en pijama pero que no se notara. La gente me vio raro, no sé si porque le parecía una locura o porque nunca han tenido el atrevimiento de hacerlo. Sólo mi amiga Magaly se acercó a decirme: "Creo que viniste en pijama a la oficina".
Ese día escribí en pijama en la revista donde trabajo. Me sentía como en mi casa. Ese día fui feliz.

José Roberto Coppola

viernes, 11 de septiembre de 2009

Soy mi propio espía

Como si fuese yo la sombra de mi sombra. Me miro una y otra vez. Pienso sobre lo ya pensado. Ando en mi propio monólogo interminable. Soy mi propio confesor. Me reviso. ¿Qué miro en mí? ¿Encuentro algo? A veces me pregunto si de tanto hablar conmigo he llegado de verdad a conocerme ¿Sé acaso quién soy? Me persigo silenciosamente. Soy mi espía. Me examino. Ando tras las pistas de mí mismo. Me pregunto, me contesto, me confronto. Enciendo la linterna en mis profundidades. Me miro y me digo: te estoy viendo. Me miro y hablo mentalmente con mi imagen en el espejo del baño, en la pantalla apagada de la computadora, con la que aparece en el ascensor, en el vagón del metro, en los vidrios de los carros estacionados en la calle. Estoy detrás de mí. Estoy delante de mí. Me sigo todo el tiempo, pero nunca logro atraparme. Y no sé si me deje.

José Roberto Coppola

lunes, 7 de septiembre de 2009

Estoy agotado

Vivir es agotador.

José Roberto Coppola

jueves, 3 de septiembre de 2009

Un instante de esa madrugada color lila

Corrí la cortina de la ventana del apartamento del piso 11 donde vivo, el cielo color lila anunciaba ese abismo entre la madrugada y la mañana, los grillos y sapos cantaban con intermitencia, un carro pasaba por el asfalto gris con las luces encendidas y dejaba el eco triste de sus motores, un perro ladraba atormentado, sonaba la alarma de un un carro de algún estacionamiento de un edificio vecino, nadie estaba asomado en ningún balcón, otro carro pasaba por la curva de la calle con sus luces iluminando el camino, en el cielo no había ningún pájaro. Cerré la cortina de la ventana.

José Roberto Coppola

lunes, 31 de agosto de 2009

Buenos malos días

Me gusta cuando en las mañanas la claridad incandescente blanca-amarilla del sol entra por la ventana, me acaricia, me calienta el cuerpo y con sutileza me avisa que ya es hora de levantarme aunque siempre amanezca con una sombra en el alma.

José Roberto Coppola

sábado, 29 de agosto de 2009

El hombre no inmediato

Quiero caminar más lento, quiero vivir más lento, quiero pensar más lento. Y no quiero muchas prisas. ¿Para qué? Ahora sólo quiero andar despacio. Quiero frenar la velocidad. Tomar las pausas que me dé la gana. Y continuar, pero lentamente. Quiero devorarme la percepción que da la lentitud ¿Por qué subestiman a la lentitud? Quiero perder el tiempo y a veces hasta derrocharlo. Quiero moverme con ligereza. Quiero tirarme en el piso, grama o alfombra cada vez que me provoque a hacer terapia de piso. Deseo un compás más pausado, más frenado. Quiero ser un hombre más lento. Sin urgencias, sin inmediateces, sin apuros. Quiero que los minutos sean mis aliados y no mis enemigos. Quiero vivir a mi propio ritmo.

José Roberto Coppola

martes, 25 de agosto de 2009

Quiero ser un campeón

Quiero saltar todos los días con el brazo arriba y el puño cerrado y sentirme un ganador.

José Roberto Coppola

domingo, 23 de agosto de 2009

Vertiginosa serenidad

A veces estoy tan sereno que me asusto. Siento una quietud poderosa y me asusto. Respiro y me asusto. Respiro y me llega el vértigo al pensar en tanto sosiego. Respiro. Respiro. La calma no se desvanece y parece perentoria. Son dosis de tranquilidad a las que no estoy acostumbrado. Me agobio. Me asusto. Respiro. Respiro. Respiro...

José Roberto Coppola

martes, 18 de agosto de 2009

Todas quieren ser Marilyn aunque no lo digan

La luz, que entraba por la ventana de su apartamento de Nueva York, invadía casi toda su cama. Yo me acababa de levantar de su "sofá vainilla" como a ella le gusta llamarlo. Mi amiga Carla estaba jugando entre las sábanas a no quererse levantar mientras su esposo estaba en la cocina. Me levanté, agarré mi cámara fotográfica y aún con mi pijama puesta, me paré encima de su cama y empecé a tomarle fotos y Carla se convirtió en Marilyn porque todas quieren ser Marilyn, todas lo son en algún momento. Carla empezó a cubrirse con su edredón y empezó a coquetearle a la cámara. Y pienso en ella y su caminar sedicioso; en Carolina y sus medias panties y zapatos de tacón; en Mary y su pellizcos traviesos; en Silvia con su pestañeo y movimiento de hombros; Olga y su etérea presencia; Andreína y la respiración que nace desde su cintura; María y sus tatuajes de corazón; Mirna y su efusividad desbordada; Magaly y su movimiento de cabello; Ana y sus labios rojos; Mónica y su sutil movimiento de manos; Érika y su voz que envuelve; Deborah y su desacato; Liz y su electricidad en el cuerpo; Adriana y cada vez que enciende un cigarrillo... Todas quieren ser Marilyn, aunque no lo confiesen y aunque a veces no se den cuenta.

José Roberto Coppola

lunes, 17 de agosto de 2009

En la calle con los ojos cerrados

A veces cuando voy por la calle me gusta caminar con los ojos cerrados.

José Roberto Coppola

jueves, 13 de agosto de 2009

No sufras por lo que me hiciste

Lo que único que deseo es que no sufras recordando todo el daño que me hiciste.

José Roberto Coppola

domingo, 9 de agosto de 2009

Las pócimas de la fantasía

Los dos acostados boca arriba en la alfombra de la oficina. Mi amiga Magaly, sobre hojas de papel blanco por su aversión a los microbios y yo sobre la alfombra misma. Estabamos en una terapia de piso. Hablaba yo de que deberían vender en el supermercado o en la farmacia pócimas de la fantasía. Que si un día querías sentirte descarado, ibas, comprabas una y listo. Que si otro día querías sentirte que nada te importara ibas a la farmacia o al supermercado y la comprabas. Debía haber pócimas para todo: para estar alegre, para sentirse como un millonario, para sentirse sexy -alegué que si te tomabas la de sentirte millonario y sexy podías estar ante un cóctel muy peligroso-. Pócimas para no sentir culpa, para sentirte feliz por unos tragos encima (sin tenerlos), para estar en paz, para sentirse desinhibido (puede provocar que te quieras desnudar en cualquier parte), para sentirse rebelde... Magaly hablaba de una pócima para sentirse como cuando cumples años -aunque esta debería tener una advertencia, hay quienes no les gusta cumplir año-. Pócimas para que el trabajo no te pese, para sentirte envidiado, para curar el dolor, para decir todo lo que te provoque -esta debe ser tomada con el conocimiento de las consecuencias-. Unas debían ser activadores de sensaciones y otras un antídoto. En el anaquel debía haber pócimas para sentirse valiente, para pasar inadvertido, para sentirse arrogante, para no sentir miedo, para conseguir la calma... Pócimas para todo, pócimas de la fantasía.

José Roberto Coppola

viernes, 31 de julio de 2009

Yo vencido

Tengo un pequeño abismo metido en el pecho, no escucho los latidos de mi propio corazón, el miedo es una amenaza en mi piel, un escalofrío intermitente recorre virtuoso de arriba a abajo mi columna vertebral, cada tanto suspiro peligro e incertidumbre, me siento vencido, sólo quiero dormir.

José Roberto Coppola

miércoles, 29 de julio de 2009

Estirando la felicidad

He estirado tanto, tanto, tanto a la felicidad que la he convertido en un hilo elástico muy fino que de un momento a otro se va a reventar y me va a golpear con alguno de sus extremos.

José Roberto Coppola

domingo, 26 de julio de 2009

Un cuerpo sin corriente

Y la vida pasa y nada capta mi atención. Nada me distrae. Nada me entretiene. Es como si tuviese una película antirresbalante en la piel que hace que todo rebote. Siento como si los estímulos se hubiesen apagado. Nada me hace estar alerta. Estoy viviendo una vida sin corriente en el cuerpo. Y la vida pasa y nada me motiva. Nada me hace estar capcioso. Como si mis sentidos estuviesen en hibernación. Me asfixio de tanta abulia. Estoy harto. He perdido la sensibilidad. Siento que todo me da menos. Todo me da fastidio. Todo me aburre. Lucho contra esa apatía que se ha instalado en mí viciosa y repugnante. Intento encender otra vez las turbinas de mis aspiraciones, pero ahora no puedo. Y la vida pasa...

José Roberto Coppola

miércoles, 22 de julio de 2009

Esos pequeños deleites

La aceituna de un Martini; las pantuflas en la mañana; un salto en la cama al salir de la ducha con el cuerpo mojado y enrollado en una toalla; dormir con un ventilador; el sonido al morder una manzana; la arena y el bronceador pegado en el cuerpo; el piso frío que se siente con los pies descalzos; una copa de champaña un domingo en la mañana; un libro en un vuelo muy largo; las fotos viejas; un baño de agua fría a medianoche; el ruido del papel de un regalo; una madrugada en Internet; el estreno de una ropa nueva; una canción especial escuchada mil veces; la brisa que entra por la ventana de un carro en movimiento; un día completo en pijama; un masaje; el agua chorreando en la cara un día de lluvia; una postal de alguien querido; la crema chantilly sobre un helado; muchas bolsas de compras sobre la cama; una escapada de la oficina por unos minutos y sin decirle a nadie; una almohada esponjosa; la grama fresca bajo la sombra de un árbol; un bombón; el cuerpo después de haberse estirado; el billete que aparece en un bolsillo de un pantalón sobre todo cuando no tienes mucha plata...

José Roberto Coppola

domingo, 19 de julio de 2009

Los lunes nada me importa demasiado

Los lunes tengo todo el día esa sensación de cuando me despierto en la que no sé qué hora es todavía. Los lunes nada me importa demasiado. Para mí es un día liviano, permisivo, posible. ¡Sí, los lunes son días posibles! Son días en los que nada me agrede. Son días en los que apago automáticamente todo lo que me agobia, fastidia y perturba. Los lunes nada me preocupa particularmente. Son días para el descaro. Son días sin culpa, aunque hayas hecho algo "malo" el domingo. Los lunes son para ser un poco irresponsable. Me entiendo bien con los lunes. Son días lineales, en los que nada me sorprende especialmente y eso me gusta, a veces necesito que nada altere mis sentidos. Los lunes no son para pensar, son para vivirlos, son para pasar por ellos sin que nadie se dé cuenta. Son días para suspirar por las calles, para caminar lento, para no mirar muy lejos. Hay algo aburrido, pasivo e invisible de los lunes que me gusta. Los lunes son dosificados. Me fascinan porque son suaves, quietos, no tienen riesgo. Son un poco cobardes y eso lo adoro en ellos. Me encantan los lunes, pero después vienen los martes a arruinarlo todo.

José Roberto Coppola

miércoles, 15 de julio de 2009

Ella sólo quería sus labios

Ella sólo quería sus labios. Nada más. Sólo lo buscaba para besarlo, para que él la besara, para que ellos se besaran. Ella sólo quería sus besos. Deseaba el roce de sus besos. Necesitaba sentir su boca y su aliento. Ella no lo quería. Ella no lo amaba. Ella no quería enamorarse. Eso lo sabía. Ella sólo quería sus labios. Se había vuelto adicta a su boca, a su humedad, a su lengua. Cuando sentía ganas de sus labios salía a buscarlo, salía a besarlo. Ella sólo quería utilizarlo. Cuando tenía un antojo de sus labios lo buscaba y lo besaba y se dejaba besar y por un rato los labios de él eran suyos y de nadie más. Un día se fastidió de sus labios y de sus besos y no quiso besarlo más. Y entonces no lo volvió a buscar.

José Roberto Coppola

viernes, 10 de julio de 2009

La zozobra siempre se despierta temprano

Aquel día bien temprano, cuando el cielo aún andaba soñoliento, yo estaba enrollado en mis sábanas blancas y frescas como amanecen en las mañanas, mis ojos se abrieron y vieron que todo comenzaba otra vez. Y en mi pecho de nuevo la zozobra, la misma que siempre madruga conmigo en cada despertar.

José Roberto Coppola

domingo, 5 de julio de 2009

Y me encerré en el baño de ese avión y lloré

Y allí estaba yo, llorando en el baño del avión. Con esa tristeza desbordada que no conoce frenos. Tenía la respiración deshecha y el pecho esponjado. La sangre caldeada entre las venas. La cara empañada de desasosiego. Me daba rabia porque no me había ocurrido nada. No sabía qué me sucedía y tampoco quería buscarle razón. No era porque me iba, no era porque regresaba. Era como si necesitaba llorar, simplemente. Y las lágrimas saltaban una tras otra desde el trampolín de mis pestañas. Mi garganta soltaba murmullos de desconsuelo. Allí estaba yo, desahogando la tristeza a miles de pies de la tierra, en las pequeñas dimensiones de ese baño, como son todos los baños de los aviones. Gimoteando con el aire entrecortado. La mejillas, la nariz y los ojos encendidos. Me sentía como una represa a la que no le cabía más tristeza. Y yo suspiraba y cuando creía que venía la calma, los ojos se me cerraban de nuevo y continuaba el desboque. Lloré, lloré y lloré. Por varios minutos, sin motivo alguno, en el baño de ese avión, no hice sino llorar.

José Roberto Coppola

martes, 30 de junio de 2009

La bifurcación

Y al final de esa calle, una bifurcación. Te detienes. Piensas. No te decides si ir por la derecha o por la izquierda. Sólo hay dos alternativas. Dos caminos. Dos direcciones. Tratas de ver la infinitud de cada calle. Se ven diferentes. Ves a un lado y vaticinas una historia y del otro lado anticipas otra historia. Y allí las dos calles. Y estás hecho incertidumbre. Cada camino te llevará a un final distinto. Tu vida dependerá de esa decisión. Vuelves a ver las dos calles. Y no sabes qué hacer...

José Roberto Coppola 

sábado, 27 de junio de 2009

Lo otro que no sé

No sé cómo se llaman mis vecinos, no sé el nombre de la mayoría de las calles por las que paso todos los días, no sé el nombre ni el número de la promoción de grado de cuando me gradué de periodismo (de esto me di cuenta hace poco), no sé cuántos suéteres tengo en el clóset, no sé cuantas revistas tengo (muchas, nunca demasiadas), no sé cuánto tengo en el banco (ni cuando tengo poco, ni cuando tengo más, sólo sé que nunca tengo mucho), no sé cuánto cuesta un café (¿será porque no lo tomo?), no sé el nombre de muchas personas que me conocen y me saludan, no sé preparar una sopa (al menos que sea de sobre), no sé cuántos libros me he comprado que no he leido todavía, no sé el número de teléfono de mucha gente (he llegado a entender que alguien es importante para mí cuando me sé su número de teléfono), no sé todo lo que tengo en la última gaveta de mi oficina, no sé hacer la vuelta canela (nunca aprendí), no sé levantarme tarde (quisiera algún día poder despertarme a las 12 del mediodía), no sé silbar, no sé cargar canciones a mi Ipod (mi primo Nico y mi amiga Magaly me han ayudado), no sé manejar (con tanta falta de práctica de seguro se me olvidó), no sé todas estas cosas y no sé si quiero saberlas.

José Roberto Coppola

miércoles, 24 de junio de 2009

El círculo itinerante de una posible vida

Y caminando por aquella ciudad ajena entre un océano de gente, sentí como si la vida me susurraba a mis espaldas, me detuve, entonces me di la vuelta y en el medio de ese frenético ir y venir de personas que se movían hacia todos los puntos cardinales, me asaltó una idea infinita: la de comenzar una nueva historia cada cierto tiempo. Lejos. Distante. Sin pasado. En donde nadie me conozca. Tendría que buscar una casa, un trabajo, una rutina. Debería hilar una nueva realidad, sólo por algún tiempo. Y justo cuando ya me salude el viejecillo de la panadería, el cajero del banco, la chica que trota por el parque, el mendigo de la esquina y la mujer de la oficina postal, esa de donde me devolveré siempre sin depositar las cartas que habré escrito. Una vez que empiece a tener vecinos. Una vez que comience a tener amigos. En ese momento, y ya una vez ahorrado suficiente, compraré el pasaje a otra ciudad más lejana, y, cuando esté allá decidiré no regresar a la anterior e iniciar otra vida en la nueva. Y en cada casa que deje quedarán mis rastros: mi ropa doblada en el armario, los libros que habré leído durante ese tiempo, mi cepillo de dientes detrás del espejo del baño, mi pijama bajo la almohada y en algún pote de la cocina las cartas que escribí y nunca a nadie mandé. Así giraré por el mundo y cuando me fastidie de un lugar, escaparé a otro, y a otro y a otro. Hasta que la vida me susurre de nuevo y me diga que la línea itinerante de mis días tiene que cerrarse en círculo. Y entienda yo que ya basta. Luego de muchas partidas y llegadas, de muchas apariciones y desapariciones, finalmente aterrizaré en esa ciudad desde donde un día partí, la misma en la que pueda tocar esa puerta y cuando ésta se abra decir cansado: "llegué".

José Roberto Coppola

viernes, 19 de junio de 2009

El escape no inminente

Sus ojos color de nuez en el reflejo del vagón tambaleante del metro. La mirada serena y triste que ve a través del cristal. Mi amiga Mónica siempre de pie entre estación y estación, con las manos sujetando el coche en donde lleva abrigada a su pequeña Marcela. Escucha el anuncio en cada parada en ese idioma que todavía no termina de entender muy bien por tantas vocales con puntitos (å ä ö). Y ella allí, con el corazón latiéndole a la velocidad del metro en los rieles. Mira ansiosa a la ventana como si quisiera salir corriendo al país al que tanto extraña. Piensa en su bebé, piensa en su esposo, piensa en ella misma. Las puertas del vagón se abren. Piensa que debe esperar. Las puertas del vagón se cierran. Mónica sujeta con fuerza el coche. Mansa, contenida, aquietada. El metro se mueve furioso. Ella se siente atrapada en su propio presente. Piensa en la carrera de arquitectura que ha dejado a un lado. Cada tanto se abre una estación, una puerta, una escapatoria, una salida. La gente sale, la gente entra. La mirada de Mónica sigue lejos, con la distancia metida en el alma, con los kilómetros en cada pulsación. Su parada aún no se anuncia. Las puertas del vagón se abren. Si tan sólo pudiese llegar en metro a su casa, no a la de ahora, a la de siempre. Las puertas del vagón se cierran. La mirada sigue como en un túnel. Su recorrido le parece infinito. Mónica piensa en idas y venidas, en estadías, en tiempo, en vacíos, en lejanías, en la felicidad, en la paciencia, en boletos de avión, en huidas, en la entrega, en dejarse domar, en calles, en la vida. Piensa en Marcelita que crece tan rápido como si en cada estación se hiciera más grande. Las puertas del vagón se abren. Mónica debe esperar, sabe que tiene que esperar, pero no quiere que esa espera le pese. Las puertas del vagón se cierran. Mónica llora, pero con la expresión de su rostro, sigue con la mirada a muchos metros de distancia, con las ganas de decidir. Pero ahora no puede pensar en singular, debe pensar en tres. Debe pensar en encontrar su fórmula de combatir las millas que la separan de la existencia que está viviendo. Piensa en Suecia, donde vive; piensa en Venezuela, donde vivió. Se abre el vagón: ésta es su estación. Mónica le quita el freno al coche y, abriéndose camino entre la gente que quiere entrar, sale con su bebé, y aunque sabe a dónde va, en realidad no sabe para dónde.

José Roberto Coppola

martes, 16 de junio de 2009

Del otro lado de la tina

Toda mi humanidad desnuda y metida en una tina. Mi nuca al ras de la porcelana. Veo mi cabello moverse como algas en el fondo del mar. Mis pestañas no pueden barrer tanta agua. Mi nariz es una erupción de burbujas. Mi columna comienza a adaptarse a la concavidad. Y yo allí, hundido en el agua viendo mi realidad distorsionada a través de la acuosidad. Las burbujas empiezan a desprenderse de mi nariz como globos que se escapan en el cielo. Veo la vida que me espera detrás del agua, es como si viese mi vida detrás de un espejo. Y la veo como con un poco de vergüenza. La veo algo mediocre. Veo mi triste vida detrás del agua. No sé si quiero salir. No sé si quiero volver a ella. La fantasía se acaba. El aire se acaba. La gravedad del agua se acaba. Prorrumpo hacia la superficie, el agua salpica en el agua, en mi cuerpo, en el piso de la vida que me esperaba. Respiro con ansiedad, con el agobio en cada suspiro. Me paso la mano la cabeza, por la cara, el agua se deliza como una fuente desde mi cabello. Con la mirada húmeda veo que estoy de regreso a mi vida de siempre. Salgo de la tina, me enrollo en una toalla y continúo.

José Roberto Coppola

jueves, 11 de junio de 2009

Opinar no es fàcil

"Es muy fácil opinar desde afuera", me dijo mi amiga Carolina una vez. Cuando estás metido en el problema no es nada sencillo.

José Roberto Coppola

martes, 9 de junio de 2009

Terapia en un helipuerto


No sé si era la helada brisa o el Chardonnay que hacía arder mis mejillas. Estaba yo allí, acostado con el vértigo en el estómago en el medio de la pista de aterrizaje de helicópteros, mirando el cielo que estaba desordenado de nubes como las pelusas blancas arrojadas por un ventilador. Con el frío de los lugares vacíos azotándome el cuerpo trataba de buscar mi horizonte, pensaba si conseguiría yo algún día dónde aterrizar. Cada tanto mojaba mi garganta con pases de vino blanco, me sentía como uno de esos borrachos que habitan bares que huelen a peligro. Calentaba con mi néctar francés mi vida llena de neblina. Y con ese sentimiento de decadencia me abrochaba más el abrigo gris como buscando que éste me abrazara. La brisa gélida me electrificaba el cabello, se me metía debajo de sobretodo de lana, me llegaba a los huesos. Me estaba congelando. Me estaba perdiendo en mi futuro sin puerto. Un escalofrío me sacudía los poros. Estaba asustado. No sé si sentía miedo por el frío o por no saber a dónde iba yo con mi vida o a dónde mi vida me estaba llevando.

José Roberto Coppola

"Los dientes castañean de frío, a veces, y a veces de temor, porque el frío y el miedo se parecen"

Héctor Abad Faciolince

jueves, 4 de junio de 2009

Soy una excepción

Tengo que terminar de entender que soy una excepción.

José Roberto Coppola

domingo, 31 de mayo de 2009

El tobogán que me desafió

Me detuve en la arena hundida frente a él. Lo vi de frente. Me estaba retando. Yo lo estaba retando también. Sus sinuosas ondas metálicas me estaban provocando. Él decidió desafiarme frente a los niños que me rodeaban. Si creía que no podía sentirme como un niño de nuevo se equivocaba. Subí por unas escaleritas de cuerda y me situé arriba. Me iba a lanzar por el tobogán como otro niño más. Mis pies colgaban sobre su cuerpo de metal. Se me alborotó el corazón de algarabía. Vi el corto precipicio que me esperaba. Suspiré fuerte, tomé impulso y me deslicé. Mi respiración despegó como un cohete. El cielo azul pasó por mis ojos como electricidad. Llegué abajo con la alegría todavía en el cuerpo. Me senté en la punta del tobogán, coloqué mis pies en la arena hundida por las pisadas de tantos aterrizajes y fui feliz.

José Roberto Coppola

martes, 26 de mayo de 2009

Mi depresión pre-viaje

Basta que compre el pasaje para que me llene la misma tristeza. Es como si fuese el impuesto de salida que tengo que pagar por tener que partir. Por lejano o cercano que sea el viaje, siempre me asalta la misma sensación. Es mi depresión pre-viaje. Ando entonces con los ánimos estremecidos porque me voy a abandonar en otro país. No es fácil abandonarlo todo, aunque me las dé de valiente y diga que sí. No es fácil abandonarse, aunque también me abombe de coraje y diga que sí. Porque para mí estas idas son un viaje a mí mismo. Siempre me pasa y me pesa lo mismo los días previos a tomar un avión. Los días anteriores a la partida no son fáciles para mí. Como si no fuese suficiente cargar las maletas que siempre llevo. Ese "irse" siempre me genera zozobra. Como zozobra me da cuando tengo que volver.

José Roberto Coppola

lunes, 25 de mayo de 2009

Mis ganas de no volver

La excusa siempre me la invento cuando se acerca la noche. Tengo un repertorio infinito: "urgencia" de ir al banco (de esos que abren hasta las 9:00 pm), ganas de cenar y de no preparar nada en casa o ganas de cenar afuera porque no me provoca lo que tengo en casa, deseos de comprar un libro, una camisa, un postre, una revista o un no sé qué que me hace falta, caprichos de pasear por un centro comercial, antojo de ir al cine solo o con alguna amiga, ganas de un Martini o una copa de vino, "necesidad" de adelantar algún reportaje o entrevista en la revista donde trabajo, ganas de ir a escuchar música en algún local nocturno. Simplemente ganas de no volver a casa. Ganas de no regresar. Ganas de no estar en pijama en la cama. Cada vez que se acerca la noche me pasa lo mismo, me las ingenio para no aterrizar en mi casa. Nunca procuro salir temprano de la oficina. Siempre tengo una razón valiosa, poderosa, importante para no llegar a casa. Y puedo darme a mí mismo motivos lógicos, irrefutables, creíbles. Es un autoengaño. Hay una sola verdad: nunca me han gustado los regresos.

José Roberto Coppola

jueves, 21 de mayo de 2009

Esas gotitas

Iba metido en la esquina oscura de atrás del taxi que se movía a toda velocidad. El tablero del kilometraje brillaba de azul eléctrico. La noche era una sombra húmeda. El carro corría por el asfalto mojado del llanto del cielo negro. La lluvia había dejado su rastro en las ventanas del taxi que avanzaba con rapidez de vértigo. Las gotas de agua temblaban en el vidrio por el viento furioso y se volvían gotas de luz por los faroles de la avenida. Las gotas de agua se tornaban fosforescentes. Lluvia de llanto de agua brillante. Yo veía los agresivos colores a través de la ventana. Veía el agua, veía la lluvia, veía mi llanto en esa lluvia. Mis lágrimas eran esas gotitas en la ventana. El carro rodaba con fiereza por las calles solitarias. Cuando era niño mi mamá nos llevaba en su carro a mi primo Nicola y a mí para el colegio. Si esa mañana había llovido recuerdo que jugábamos a escoger una gotita de agua de lluvia entre las muchas que había en la ventana y perdía aquel que su gotita se resbalara hacia abajo primero. El movimiento del carro y el viento hacían tambalear las gotitas del vidro hasta caerse. Era una distracción inocente. Muchos puntitos de agua. Muchos. Gotitas de tristeza. Gotitas de mi lluvia interna. Traté de llorar, pero no pude. Los puntitos mojados de luz me hacían pensar en toda la tristeza que tengo adentro, en todas esas gotitas que están en las ventanas de mi corazón y no he dejado escapar.

José Roberto Coppola

lunes, 18 de mayo de 2009

Decidí no peinarme

-Péinate, tienes el cabello alborotado, me dijo mi jefe como quien advierte a alguien sobre algo de lo cual no se ha dado cuenta.
-Es que decidí no peinarme. Ya no me peino, es una nueva filosofía de vida, le expliqué.

Él me miró con ojos de desconcierto. No pudo decir más nada.

Pasó una mañana. Me levanté de la cama y resolví que no me peinaría por un tiempo. Algunos amigos me han comentado que ando despeinado, mi mamá me ha dicho que me veo como un loco, mi hermana me ha invitado a usar el peine y hasta alguien me comentó que me criticaban porque me ven como el tipo excéntrico que anda "despeinadito". Quiero andar con el cabello revuelto. No me importa lo que piensen. "Se siente una sensación de libertad extrema", le dije a mi amiga Magaly acerca de mi nueva forma de vida. Es mi pequeña rebeldía. Es mi manera de decirle al mundo que nada me importa. Mi modo de ser un poco salvaje. Un tanto desfachatado. Mi experimento de vivir ajeno a los códigos. Mi forma de mostrar mi imperfección. Mi manera de provocar un poco, quizás. Mi idea incomprendida de la felicidad. Así despeinado he vivido los días más alegres en mucho tiempo.

Y cuando alguien me dice: 
-Estás despeinado.
-Sí, lo sé, le respondo con algo de descaro.

José Roberto Coppola

viernes, 15 de mayo de 2009

Nadie se salva

"Siempre habrá una razón para que seas juzgado".

José Roberto Coppola

martes, 12 de mayo de 2009

Ese tierno frenesí

Por segundos parecía una niña, por segundos una femme fatal. Envuelta en su bufanda morada, se estremecía con esos movimientos químicamente inocentes, pero magnéticos, puros y llenos de furor. Acostada junto a mí en la alfombra de la oficina -la había invitado a hacer terapia de piso- Enza veía el techo con esa mirada oscura de noche brillante. Revoloteaba sus cabellos negros con agitación, tenía desatado un corto circuito en la piel, movía con suavidad y a veces con dulce violencia el rostro de un lado a otro y soltaba con sus labios de pucheros palabras de gamuza. Los pensamientos alevosos le alborotaban el cuerpo. Tenía la consternación y las intenciones metidas en la existencia. Y el arrebato en ebullición. Con su peligrosa candidez, Enza me contaba ese deseo que se quería comer como quien se come un chocolate. Pecaminosa e inocente. La euforia le hormigueaba y le hacía cosquillas. Pestañeaba con ternura cuando hablaba de esa ilusión posible, de esa ilusión imposible, de esa gran travesura que quería vivir no como una Lolita sino como toda una mujer.

José Roberto Coppola

domingo, 10 de mayo de 2009

Sucios de arena y chocolate

La caja de bombones Baci, abandonados en la arena, empezó a derretirse sin que nos diéramos cuenta. El sol los había puesto a sudar. Aquel primero de enero mi amiga Carolina y yo habíamos ido a una playa solitaria con mis chocolates favoritos. Cada tanto nos los metíamos en la boca con la vista sedimentada en las suaves olas. Hablábamos de nuestras futuras ambiciones y de muchas otras tonterías. Hasta que los bombones se nos empezaron a resbalar entre las yemas de los dedos. El calor había empezado a deformarlos. Con sus manos untadas de chocolate Carolina me manchó la cara y yo le ensucié un hombro; me llenó de chocolate un brazo, yo le embadurné una mejilla; me llenó de marrón el cuello, yo le endulcé la espalda. Nos comíamos un bombón y lo que nos quedaba en los dedos lo usábamos para ensuciar al otro. Nos perseguimos por la orilla de esa pequeña playa para empalagarnos el cuerpo. Después nos enchocolatamos nosotros mismos entre risas y los jadeos que nos había dejado el haber corrido. Habíamos comenzado el año sucios de chocolate y arena. Cada uno empezó a lamerse los dedos después de retirar los restos de chocolate que nos quedaba en la piel. Después salimos corriendo como dos niños y fuimos a zambullirnos en el mar. 

José Roberto Coppola

jueves, 7 de mayo de 2009

El latir de los balcones a la medianoche

Hay algo peligroso en los balcones a la medianoche que me atrae sediciosamente. Me encanta ver la oscuridad de terciopelo a través de ellos, escuchar los latidos inquietantes del silencio a través de ellos, sentir la adultera brisa a través de ellos. A medianoche los balcones me insinúan todo su miedo y libertad, toda su demencia y vanidad, todo su arrojo y saña. A veces me detengo a ver desde las alturas toda su vastedad. Me gusta ver las noches desde los balcones, ver como las lucecitas se apagan, el aire se hace más frío, los sonidos más espaciados. Las noches son tímidas e intrépidas al mismo tiempo. Me gusta ver el sublime encanto que se deshace entre la rapaz infinitud de tanto negro. Me fascina la sensación de sentirme atrapado por su aterradora inocencia. Muchas noches me levanto y me asomo incauto en el balcón, a mirar hacia afuera, sólo a mirar. Y me dejo acariciar por su sedosa vulnerabilidad y olfateo el pánico que hay afuera y veo de lejos el peligro de esa nocturnidad a la que casi nunca estoy expuesto. Y siento el poco riesgo que he tenido en mi vida. Y me da vergüenza la poca calle que he llevado. Quizás por eso me gusta mirar a través de ellos. Veo la noche desde arriba, desde la distancia y me resulta excitante lo devastadora que puede llegara ser. Me encantan los balcones a la medianoche porque siempre entonan las apacibles pulsaciones de eso inminente que no sé qué es y que está afuera y que nunca termino por descubrir.

José Roberto Coppola

domingo, 3 de mayo de 2009

No sé si sobreviviré

Me miré al espejo y pensé que no sabía si sobreviviría a mí mismo. Allí estaba mi mirada de desasosiego acechándome. Cerré los ojos y todo se hizo negro. Decidí caer, dejarme arrastrar. Y comencé a bailar al ritmo de la versión de I will survive de Cake que estaba sonando. Mis pies y mis manos se entendían solos en el espacio. Seguía la música sinuosa y adictiva. Mis movimientos eran de alto voltaje. Suspiraba con angustia. Quería desbocar todos mis tormentos. Bailaba con los ojos cerrados. Mis tragedias me erizaban e incendiaban la piel. I will survive/ as long as I know how to love/ I know I will stay alive/ I've got all my life to live/ I'got all my love to give/ and I will survive/I will survive. Seguía moviéndome con la cadencia de la música, pero no me la creía. No sabía si tendría toda mi vida para vivirla. Mis poros destilaban un sudor templado. Danzaba con mi vacío. Le enseñaba pasos a mi desdicha ¿Tendré yo la voracidad para sobrevivir? Me entregué. La sonoridad de la canción me seguía agitando el cuerpo. Daba giros con mi melancolía. It took all the strength I had/ not to fall apart/ kept trying hard to mend/ the pieces of my broken heart/ and I spend oh so many nights/ just feeling sorry for myself/ I used to cry. Estaba en trance. Quería sudar toda la furia. Bailaba con la libertad de quien sabe que nadie lo ve. Todo era opaco. La melodía era un falso alivio. No tenía la voluntad para sobrevivir. Yo bailaba. El ritmo se volvía zozobra, se volvía ansiedad.  Tarareaba la canción. Había invitado a bailar a mi desgracia. Mi cuerpo se estremecía. No sé si sobreviviré. No lo sé. No lo sé. I grew strong/ I learned how to carry on. Si aprender a continuar es sobrevivir tengo mucho que aprender. Me deshice en esa canción. Seguí bailando y no paré...

José Roberto Coppola

miércoles, 29 de abril de 2009

Unos ojos que queman como el hielo seco

Tiene unos ojos de desborde, que rebasan, que están al límite. Tiene unos ojos de profundidades contenidas. Tiene unos ojos grises como los de un cielo gris que amenaza con tormenta, pero que al final no se deshace en lluvia. Mi amiga Érika tiene unos ojos nobles, unos ojos protectores, unos ojos arrolladores, como noble, protectora y arrolladora es ella. Unos ojos que pueden temblar de alegría y tristeza en un mismo instante. Unos ojos que te miran de frente, porque así es ella una mujer franca, clara, certera. Érika tiene una mirada en la que no entra la desmesura de sus buenos sentimientos, esos que ella no imagina que tiene. Porque ella no es dura como cree, más bien es más blanda de lo que puede pensar. Tiene unos ojos que queman como el hielo seco. Unos ojos que no olvidas más nunca. Unos ojos que siempre están barnizados de brillo. Es ella mujer de una mirada sensata y poderosa. Una mirada potente y frágil, valiente y vulnerable. Una mirada que revela más de lo que cree que esconde. Unas pupilas que se dilatan en vértigo. Ella tiene una mirada de anchas dimensiones. Una mirada de vorágine. Una mirada bella. Una mirada infinita.

José Roberto Coppola

lunes, 27 de abril de 2009

Alegre fugitivo

Decidí burlarme de mi tristeza. Me le reí en la cara y luego escapé. Salí corriendo muy rápido. Creo que la dejé bien atrás. Tomé bastante distancia. Cuando volteo no la veo venir. Parece que la tristeza no fue tras de mí, no me persiguió. Pero ella es muy veloz y en menos de que pueda darme cuenta me atrapará otra vez. Cuando me capture aspiro no estar preso por mucho tiempo. Sólo debo esperar a que se distraiga de nuevo para volver a huir.

José Roberto Coppola

miércoles, 22 de abril de 2009

Con los brazos abiertos

Iba retrasado. Mi amiga Andreina, a la que tenía mucho sin ver, me estaba esperando para cenar.

-Voy tarde, perdón, le escribí desde mi celular en un mensaje de texto.
-Soy la que tiene los brazos abiertos, me respondió.

Era ya bastante el tiempo que habíamos pasado distanciados sin otra razón que el descuido. Sería descarado e injusto culpar a nuestros trabajos. Dejamos de hablar y escribirnos sin motivo. Llegué al lugar y la llamé por teléfono:

-¿Dónde estás?, le pregunté a la vez que veía para todos lados.
-En la entrada del restaurante, me dijo.

Nuestros rostros se encontraron a distancia cuando aún teníamos los celulares en los oídos. Allí estaba ella, con los brazos abiertos como me había prometido y con la cara inclinada en gesto de ternura. Salimos corriendo uno hacía el otro e imitamos en cámara lenta lo que sucede en las películas cuando dos personas se encuentran. Nos dimos un abrazo estrecho que duró muchos segundos. Nos pusimos al día con nuestras historias, nos contamos nuestras quejas y pequeñas ambiciones. Nos abrazamos muchas veces: en el restaurante, en el ascensor, en el bar al que fuimos después a escuchar música en vivo, cuando nos despedimos. Cada vez que la abrazaba sentía que su respiración estremecida se mezclaba con la mía. Una respiración que tenía mucho de ansiedad y de alegría contenida, mucho de necesidad y de entrega, mucho de ausencia y de recibimiento. Hicimos un pacto: no separarnos jamás. Debemos cumplirlo.

José Roberto Coppola

lunes, 20 de abril de 2009

El salto

Y el cuerpo se me transformó en precipicio. Y la respiración se me volvió abismo. Y el infinito se hizo cada vez más ancho. Intenté escapar de la brisa fría que golpea cuando uno se arroja a la nada o al todo. No pude. Fallé. El futuro era invisible. Había que saltar para caer lentamente o quedarse parado mirando hacia abajo. Yo salté.

José Roberto Coppola

viernes, 17 de abril de 2009

La anestesia del dolor

Siento la piel tirante, como si una película impermeable se hubiese adherido a ella. El corazón me late distinto en un sonido potente, tranquilo, espaciado. Creo que no voy a sufrir más y lo creo de verdad, confío en que nada podrá derrotarme. Me siento inmune. Me siento como imagino que debe sentirse el que ha despertado de una larga cura de sueño. Me vuelvo más flemático, más manso, más calmoso. Es como un estado de una hibernación consciente, como si fuese un lúcido sonámbulo. Experimento una alegría apacible, infinita y hueca. Una felicidad elástica. No hay momento, no hay tiempo. Es como si el futuro y el pasado no existieran y el presente fuese la única opción. Me siento invencible. Siento que transpiro una sustancia radioactiva que me protege. Me siento conservado ante el peligro. Es la anestesia del dolor. Y camino con pisadas de terciopelo, y respiro un aire denso y esponjoso, y veo como si tuviese puestos unos lentes tridimensionales. Siempre siento esta anestesia después de haberme encontrado abatido y vencido. Justo cuando creo que no puedo sufrir más porque el tanque del sufrimiento se quedó vacío. La vivo luego de asumir que no lloraré jamás. Es un engaño benigno del cuerpo. Es una trampa de mis propias percepciones. El trance no es eterno, tiene un final. Y como toda anestesia, se pasa, se acaba y vuelvo a sentir de nuevo.

José Roberto Coppola

martes, 14 de abril de 2009

Midiendo mi velocidad

Siempre pienso que voy muy rápido o que voy muy lento ¿Por qué no puedo pensar simplemente que voy?

José Roberto Coppola

sábado, 11 de abril de 2009

La vida tiene sus pliegues

Es como si la vida tuviese un pliegue con el que jamás me hubiese cruzado. Un doblez inesperado. Uno que nunca estuve buscando -¿o sí?- y de pronto apareció. Es como si de repente pude ver que la vida me mostraba otro lado. El de atrás. Uno oculto. Uno que me lleva a mi mismo lugar que no es el mismo finalmente. Es como si un día me hubiese encontrado con que la vida tenía es plisado ¿secreto? ¿ignorado? ¿inadvertido? Y empiezo una vida más pura. Una distinta. Más extraña. Muy rara. Una que se parece a otra dimensión de mi propia vida. Una que no me creo. Una que estoy descubriendo y que debo aprender a conocer. Una que estoy saboreando. Una que me está gustando. ¿Será esta la vida que quiero? ¿Puedo sentirme tan pleno? ¿Hasta cuándo? ¿Me cansaré de ella en algún momento? ¿Existirá en esta vida un dobladillo que me lleve a otra vida nueva?

José Roberto Coppola

martes, 7 de abril de 2009

La mirada en el techo

Abrí los ojos, miré el techo blanco de mi habitación y me encontré pensando en ella. Moví con desconcierto los pies debajo de la sábana blanca. La piel llena de mañana, de despertar. La luz que entraba por la ventana era una sombra luminosa en mi cama. El día había decidido meterse en mis ojos, como se me había metido la incertidumbre, como se me había metido el techo, como se me había metido ella. No sabía si podía o si estaba dispuesto a abandonar todo aquello a lo que yo me había abandonado. Me llevé una mano a la cabeza y sacudí mis cabellos agitados, con la otra mano me rasqué el cuerpo, por encima de las costillas. Parpadeé fuerte, me deshice de un tiro de la sábana que me cubría y me levanté de la cama.

José Roberto Coppola

domingo, 5 de abril de 2009

Una urgencia, un antojo, un capricho

Un mensaje de mi amiga Carla llega a mi celular: "Llámame, es urgente".
Me asusto, pienso en qué debió haber ocurrido, empiezo a marcar su número de teléfono.
- Aló Carla ¿pasó algo?
- No, es sólo que tengo un antojo horrible de escucharte, tengo capricho de hablar contigo.

José Roberto Coppola

jueves, 2 de abril de 2009

Mi cara en el espejo de los baños de los aviones

Espero que la luz indique que puedo hacerlo, desabrocho mi cinturón, me levanto del asiento, camino por el pasillo alfombrado del avión hasta llegar al baño sólo para ver mi cara en el espejo.

José Roberto Coppola

domingo, 29 de marzo de 2009

Terapia de un sábado en la cama


El cuerpo tibio de tanto estar en cama. La luz tímida y cálida que atraviesa la ventana. Protegido por mi bata de cuadros grises leo un poco. Anoto una frase en mi cuaderno de citas. Suelto el libro. Me llega un mensaje en el celular. Pienso en leerlo después. Continúo en las páginas del libro y después de un rato cierro los ojos. Apoyo el libro abierto en mi pecho. Abro los ojos, veo la luz tímida y cálida de la ventana y no sé si he dormido seis, dieciocho o cuarenta y dos minutos o si fue un lento pestañeo. Retomo las líneas de mi lectura y luego paro. Me provoca revisar el mensaje en el celular, no me provoca responder. Me vuelvo al libro. Anoto otra frase. Veo la caligrafía con la que he copiado citas durante todo el tiempo que he llevado ese cuaderno empastado de hojas blancas y noto que en un momento mi escritura fue más sosegada, luego se hizo más agitada y ahora se está volviendo como indiferente. Regreso al libro. Suspiro. Mis pensamientos se sedimentan y se pierden en su propia profundidad. Mi cuerpo sigue tibio. Tomo el celular y respondo el mensaje. Miro un rato el techo. Me reacomodo la almohada bajo la nuca. La luz de la ventana tiene ahora el color de una alucinación. Mis ánimos están en reposo. Suspiro. Me muevo cómodo en la cama. Me distraigo en el vacío. Pienso en que me gusta que mi cuarto sea blanco. Mi respiración también está tibia. Retomo el libro, me quedo un rato leyendo. Hago una pausa. Veo la venenosa luz de la ventana. Abro otra vez el libro. Y en eso sigo un buen rato.

José Roberto Coppola

miércoles, 25 de marzo de 2009

El día en que me robaron el presente

Bajaba por la empinada calle que está frente al apartamento donde vivo. Me dirigía a tomar el autobús que me llevaría al metro y luego al trabajo, y cuando estaba cruzando en la esquina, el futuro se atravesó en mi camino. Me detuvo. Quería arrebatarme el presente. Por unos momentos no puede dar paso alguno. Pero no dejé que me lo quitara, después de mi asombro, me desaté y decidí hacerlo a un lado. Seguí caminando. Opté por no mirar atrás, no quería saber si el futuro me perseguía. Llegué a la parada y vi mi rostro asustado en el reflejo del anuncio publicitario que estaba en la estación. Apareció el autobús, me subí y tomé asiento; cuando arrancó, yo estaba sentado con la vista en la ventana. Una cuadra más adelante me di cuenta que me hacía falta algo, me registré y no lo encontré. El bandido futuro me había robado. Ya no tenía al presente entre mis pertenencias.

José Roberto Coppola

martes, 24 de marzo de 2009

Ese silencio que escucho debajo del mar


Uno de mis sonidos favoritos en el mundo es el que escucho cuando me sumerjo debajo del mar.

Me gusta su sonido de silencio, de quietud, de infinito, de eco, de soledad, de paz, de vértigo, de calma...

José Roberto Coppola

sábado, 21 de marzo de 2009

Una galleta de la fortuna premiada

Cuando vi la bolsita de celofán, sonreí. Metí la mano en ella y tomé una cookie fortune. La aplasté, alegre, con las palmas de mis manos. Siempre me ha gustado el crujiente sonido cuando se quiebran las galletas de la fortuna. Separé con la yema de mis dedos los trozos. Mi galleta estaba premiada, tenía dos papelitos con la misma frase, como para que supiera que el mensaje era conmigo. Como para que no lo olvidara. Decía: "Hay que escuchar a la cabeza, pero dejar hablar al corazón". Me empecé a comer la galleta y me quedé cavilando: ¿Será que no oigo lo que pienso? ¿Será que censuro mis latidos? Seguí comiendo mi galleta perdido entre lo que no escucho y lo que no digo.

José Roberto Coppola

martes, 17 de marzo de 2009

El amor no le daría otra bofetada

Las mejillas mojadas. Las lágrimas le habían empapado algunos mechones de cabello al rostro hinchado de tristeza. Lavada la ilusión. El cabello revuelto. Los ojos chiquitos de tanto llanto. Gritaba atragantada. Gritaba desesperada. Gritaba vencida. Aquella madrugada el amor le hacía otro revés. Otro. No lloraba por la traición como por la nueva desdicha. El infortunio la visitaba otra vez. Se le ahogaban las palabras. Se le frenaba la respiración. Sus gritos agitaban el vacío. Tenía el alma esponjada de desconsuelo. Sus suspiros rasgaban más su desgracia. Sentía que la felicidad le había dado otra bofetada. Otra. Después de tres días en su habitación con puertas cerradas, salió a la calle. Y cuando manejaba veía con sus ojos maquillados el vértigo en el retrovisor. Algunas noches mojaba las almohadas. Pero cada mañana se propuso pisar su miseria. No se desgastaría en lágrimas. Siempre con el abismo de empezar de nuevo metido en la piel. Se había sacudido las penas y había decidido que no lloraría más. Lo dijo una y otra vez, convencida, como retando al amor. Caminaba aplastando todo su abatimiento. Sabía que la felicidad la buscaría a ella esta vez, no sería ella quien iría detrás. Un día esa misma felicidad que le había volteado de mejillas le pidió perdón cien veces; ella no le había guardado rencor y le dio otra oportunidad.

José Roberto Coppola

domingo, 15 de marzo de 2009

Mi yo mejorado

Quiero creer que cada día que pasa me vuelvo una versión mejorada de mí mismo.

José Roberto Coppola

jueves, 12 de marzo de 2009

No era el espejo quien la saboteaba

-Tú sólo necesitas un espejo, un labial y una cámara fotográfica para ser feliz, le advertí a la chica que siempre se toma fotos en el espejo.
-Pero, a veces, el espejo me sabotea, me dijo.
-El espejo no te sabotea, te saboteas tú misma, le respondí.

José Roberto Coppola

lunes, 9 de marzo de 2009

Esas luces fosforescentes que me gustan en la oscuridad de la noche

De noche, cuando todo está oscuro, hay unas luces fosforescentes que me gustan: la de la pantalla del televisor que brilla después de recién apagado, la que se expande y difumina desde la nevera que abro a medianoche, la que entra por la cortina de mi cuarto cuando aún la ciudad no se apaga, la que se asoma por debajo de la puerta del baño porque dejé el bombillo encendido, la del celular que se ilumina en la cama cuando llega un mensaje de texto a deshora, la que rebota en las paredes cuando prendo el laptop en una madrugada de insomnio, la lucecita roja del DVD, la de la chispa anaranjada del bombillo que se resiste a desgastarse después de apagado, la del Ipod que escucho cuando me enfrento contra el sueño...

Esas luces son una amenaza y una compañía.

José Roberto Coppola

viernes, 6 de marzo de 2009

A la salida del metro: el sol. Al final de la tristeza: el sol.

En el vidrio tambaleante de la puerta del vagón del metro veo mis ojos ahogados en una tristeza que no se desboca. Me sostengo de un tubo de acero frío y brillante. Mi cuerpo como un péndulo sin ritmo se balancea de estación a estación. Me siento como un sonámbulo. Las paredes de colores corren furiosas. Vuelvo a ver mi reflejo lloroso en el cristal. Estoy desgastado. Me mareo un poco. En mis oídos los audífonos de un Ipod que me seda con las agudas notas de una canción lírica. La luz ficticia de los neones del vagón que me intoxica el cuerpo. La puerta se abre agresiva y escupe gente que camina presurosa. Salgo hacía el andén, debo subir hasta la calle. Veo todo a través de mis pestañas mojadas. Me fastidian los ruidos, los colores, los movimientos. Una bulliciosa sonoridad de pasos y voces me aplasta. El tono gris es devastador. Un ejército de cuerpos en trance que se estremece y se enreda rápido. Las escaleras eléctricas se agitan desesperadas. El preámbulo abrumador y claro de la superficie. Subo. Todo muta en el blanco opaco de la atmósfera enceguecedora que aparece después de la subterránea oscuridad del metro. La luminosidad me perturba y me alegra. Busco la luz. Hago que mi piel se tiña de amarillo. Quiero que el sol me seque las lágrimas. Aparece la ciudad. Los motores de los autos tosen. Las cornetas se burlan del eco. La lírica de mi canción en el Ipod no apaga sus venenosos ruidos. Sigo caminando y me dejo tragar por la masa humana que se desliza en las aceras. Sigo llorando pero el sol está conmigo.

José Roberto Coppola

jueves, 5 de marzo de 2009

Soy malo

A veces pienso que no merezco la felicidad.

José Roberto Coppola

lunes, 2 de marzo de 2009

Las almohadas de mis insomnios


A veces me quiero hundir en ellas, otras veces las quiero tirar todas al suelo; a veces me aniquilan, otras veces me desgastan los pensamientos; a veces las aprieto, otras veces las abrazo; a veces las utilizo, otras veces las desprecio. Son 11 almohadas en total: cuatro blancas, dos de cuero, una gris, dos de lunares, una amarilla y una negra. Mis almohadas me acompañan en mis días sin sueño de bombillo encendido. Puede que una que otra me estorbe cuando no puedo dormir. Están allí cuando me despierto de madrugada. Siempre terminan alborotadas en la mañana. Son las que me coloco en la nuca cuando me pongo a mirar el techo o intento leer un libro cuando he fallado en mis intenciones de dormirme temprano. Las pateo, las aplasto, las doblo, las deformo. Quisiera que de noche absorbieran todos mis tormentos, todos mis miedos, todos mis delirios. Sé que las maltrato muchas veces. Sé que no puedo estar sin ellas. Son mis grandes amigas en mis madrugadas de insomnio.

José Roberto Coppola

sábado, 28 de febrero de 2009

Me confieso culpable


Me confieso culpable de haber ido en pantuflas a la oficina, de haberme comido medio tarro de mermelada en un día, de no arreglar el control del televisor que lleva casi un año dañado, de no ser más disciplinado con mis lecturas, de callar cuando debo hablar, de tener en el clóset ropa que no me he estrenado, de comer mucha sal. Me confieso culpable de no ahorrar porque gano muy poco y porque además me parece aburrido, de llegar tarde al trabajo, de dejar la maleta sin abrir varios días después de haber llegado de viaje, de haberme dormido con la arena en el cuerpo tras un día de playa, de perder el tiempo, de después de comerme las ensaladas tomarme la vinagretas directamente del plato, de ser tan impetuoso, de deprimirme por tonterías. Me confieso culpable de haberme retrasado varias veces en el pago de la tarjeta de crédito, de haber tomado de la nevera agua directamente de la jarra, de quejarme sin necesidad, de no contestar el celular cuando no quiero, de haber mentido, de algunos pensamientos maliciosos, de dejar abierta la llave del grifo del lavamanos cuando me cepillo los dientes, de haberme entregado a la pereza, de olvidarme muchas veces de Dios. Me confieso culpable de ser tan definitivo e intransigente cuando tomo una decisión, de no haber guardado alguna vez uno que otro secreto, de ser un comprador compulsivo, de haberme comido un chocolate gigante en un ataque de ansiedad, de no tener fuerza de voluntad para muchas cosas, de haberme engañado a mí mismo, de ser a veces muy desordenado, de no valorar en muchos casos lo que tengo, de sabotearme a menudo. Me confieso culpable de tantas cosas...

José Roberto Coppola

miércoles, 25 de febrero de 2009

El "todo" no existe


¿Y qué es "todo"?

José Roberto Coppola

jueves, 19 de febrero de 2009

La chica que se preparaba para ser feliz

Alejandra aleteaba sus párpados maquillados de verde. Tenía los ojos brillosos. Se había tirado conmigo en la alfombra de la oficina a hacer terapia de piso. Allí, lanzados boca arriba comenzamos a hablar de la felicidad. Alejandra miraba el techo. Yo la miraba a ella.

-Me estoy preparando, me dijo sorpresivamente.
-¿Para qué te estás preparando? , le pregunté curioso.
-Me estoy preparando para la felicidad, me respondió resuelta.

Alejandra se estaba entrenando para recibir a la felicidad. Había decidido ser feliz.

José Roberto Coppola

martes, 17 de febrero de 2009

Me gustan los mediodías

Creo que tiene que ver con el sol que me despierta la piel. Es el calor, es la luz, es la claridad. Los mediodías son magnéticos, energéticos. Tienen esa calidez que electrifica. Me cargan y me activan. Me tonifican los ánimos. Los mediodías son intensos porque el sol reverbera, la luminosidad es ubicua, la incandescencia te obliga a abrir bien los ojos, a estar alerta. Los mediodías es cuando más vivo me siento. Me gustan porque son agitados y revueltos, pero tranquilos al mismo tiempo. Son como modositos pero dispuestos al desenfreno. Me siento bien con su contenida liviandad y mesura. Creo que tiene que ver con el cielo que es como más grande y que su azul es otro, tiene un tono más reposado. Todo es más caluroso, más transparente, más liviano. Hay como inmensidad en ellos, algo entre tórrido y calmado. Tienen como una lentitud incendiaria, esa quietud que desespera las pasiones, que invita al alborotado sosiego, que te estremece la piel y la pone como un radar, su calor da escalofríos. Todo se puede soñar al mediodía . Todo se puede hacer al mediodía. Son más vivaces, me queman los sentidos, me recuerdan que existo. Todas las ideas se me incendian al mediodía. Es el momento más potente del día porque los rayos golpean y acarician de igual modo. Creo que tiene que ver con su rapidez, con que duran poco. Es la temperatura que me enciende el cuerpo, es su austeridad, es su presencia. Me gusta su calurosa pausa, necesito su luz. 


Pd: lástima que la gente no les rinda tributo.

José Roberto Coppola

domingo, 15 de febrero de 2009

Mi yo radical

No me gusta repetir sufrimientos. Me lo impido. No me lo permito. Está prohibido para mí. Me he blindado ante las facilidades de las lágrimas ya lloradas. No quiero volverme experto en aliviar mis propios ardores. Ahora soy implacable frente a la amenaza. Soy radical. No doy oportunidades a las heridas. No reparto ocasiones. Ya no. No hay chances para repasar dolores ni para descoser cicatrices. Soy drástico. No voy a desarmar mi corazón. Rechazo las opciones de convertirme en víctima. Tengo miedo a calcar mis propias tragedias. Por eso soy definitivo. Conmigo ya no hay retrocesos. Ninguno. Soy severo ante las garantías y riguroso ante las intensiones. A veces me sorprendo de mi propia determinación, me asusto, pero no flaqueo. No doy, ni me doy concesiones. Me he vuelto frío. El temor a los dolores repetidos me ha endurecido. No necesito soportar, aguantar, sobrellevar tristezas revisadas. No voy afligirme igual, ni parecido. No. No. Soy impermeable. Soy duro. No cedo. Sufrir por lo mismo no es una posibilidad.

José Roberto Coppola

miércoles, 11 de febrero de 2009

Me aborrezco

La piel me pesa, es como si la hubiese puesto días en remojo y ahora estuviese revestido de ella. De esa piel mía húmeda y pesada. Estoy pesado. Me pesa todo y nada, pero es mi todo y mi nada. Quiero reivindicar mi pesadez. No deseo subestimarla, mucho menos condenarla porque además no tengo ánimos para hacerlo. Sólo tengo voluntad para mis necedades. No puedo más. No aguanto más. Me estorbo yo mismo. Me aburro de mí mismo. No me soporto. Me molesta el roce de mi propia piel. Me quejo de todo. Me aborrezco. Estoy adicto a mis lamentos, pero no quiero convertirme en un hombre lastimoso. Estoy empapado de mí. Quiero llorar, el peso no me deja y además no sé por qué llorar. Necesito inventarme una razón para sufrir. Qué peso el mío. Qué fastidio el mío. Siento pena de mí.

José Roberto Coppola

sábado, 7 de febrero de 2009

Un corazón hecho polvo y una escoba

Cada vez que mi amigo Fernando escucha de ella termina agarrando la escoba y comienza a sacar el polvo de su habitación, a barrer su propia tragedia. La nuca doblada, la mirada atada al piso, el mango de la escoba apretado con los dos puños muy juntos. Ante la imposibilidad de exprimir su propio corazón, Fernando estrangula el palo de la escoba, a veces lo aprieta tan fuerte como un abrazo, como el que ya no puede darle, como el que le daría si se la consiguiese de nuevo. Fernando barre y barre. Quisiera él barrer todo lo que piensa. La última vez que la vio fue después de ese beso que le dio en el aeropuerto. No sabía él que no la volvería a tener. Fernando barre despacio, recoge cada tanto su historia hecha polvo, convertida en basura. Varias veces lo he visto llorar con la escoba en la mano. Sus lágrimas terminan mojando los escombros de sus propias sobras. Fue el adiós más largo que jamás imaginó. Ella allá. Él acá. Una distancia. Un pleito. Una separación. Un más nunca. Un amor hecho polvo. Y no la volvió a ver. La perdió. El sonido de la escoba de Fernando es tormentoso, las cerdas se arrastran por el suelo con desganada furia. Fernando barre y barre, con la cara abajo, buscando su propia desgracia para sacarla de su vida, tanto a ella como a su desgracia. Sus suspiros prorrumpen como un lamento a la deriva. Una respiración que cruje. Sabe que no la puede recuperar. Eso de que "nunca es tarde" cuando lo empezó a creer ya era muy tarde. Nunca es nunca. Tarde siempre es tarde. Fernando sigue barriendo. El vaivén de su barrer es angustioso, calmado, desesperante. Fernando barre con culpa. Repasa todo lo que no hizo. Fernando barre con fatiga. Sigue sacando polvo. Se recrimina todo lo que pudo hacer. Fernando barre con desasosiego. Acumula con la escoba todas sus miserias. Barre todos los momentos que vivieron juntos. Fernando barre con rabia. La escoba tropieza torpemente contra los bordes de las paredes. Fernando no levanta la mirada. Recuerda que faltan unos días para que ella se case. Piensa en que pudo haber sido él, en que debió haber sido él. Agarra la pala, recoge con la escoba todo el amor que barrió y lo bota a la basura. 

José Roberto Coppola

martes, 3 de febrero de 2009

Ella no sabe que es estupenda

Mi amiga Carla puede enumerar uno a uno todos sus "defectos". Todos. Se los conoce con cuidado. Es capaz de describir cómo son, cómo la hacen sentir (lo hace con prodigioso detalle) y cómo perjudican a quienes la rodean (acá es una experta). Carla sabe explicar lo pésima que es, lo torpe que es, lo inepta que es. Y sí, es pésima, torpe e inepta, pero para reconocer tan sólo una de sus virtudes, que son miles. Carla sabe que es atormentada, conflictiva, desordenada, impuntual, enrollada, caprichosa, ególatra, malcriada, manipuladora. Pero no sabe que es inteligente, generosa, responsable, creativa, ocurrente, apasionada, trabajadora, noble. No, ella no sabe nada de eso. No, ella no puede reconocer nada de eso, pero sí puede pormenorizar sus fallas, categorizarlas y clasificarlas (estricta y minuciosamente). Carla conoce bien (en demasía, en exceso) sus defectos y puede explicar todos sus cómo: cómo son, cómo funcionan, cómo reaccionan, cómo varían, cómo se activan, cómo mutan... No sabe verse a sí misma de otra manera, no sabe distinguir sus virtudes en su propio espejo, no sabe escuchar los cumplidos (y eso que le encantan). Carla no admite que es valiente, desenfadada, audaz, arriesgada, osada, aventurera. Carla no valora que es buena amiga (de las mejores), buena hija, buena periodista, buena esposa, buena hermana y que será buena madre (sólo piensa en la mala mamá en que se convertirá). Carla sabe que es desastrosa (para mí un "exquisito desastre"). Carla sabe que es mentirosa, pero no se recuerda cada vez que tiene que decir -y dice- las verdades sin frenos. Carla es genial, es única, es fenomenal, es maravillosa, es fabulosa, es grandiosa, es fantástica, es magnífica. Carla es todo eso y más. Pero Carla es miope y no porque use lentes -esas monturas rojas que tan bien se ven delante de sus ojos pequeños- sino porque no puede ver que ella es estupenda.

José Roberto Coppola

sábado, 31 de enero de 2009

Terapia en Bogotá

Me lancé en la grama de un parque en la Zona Rosa de Bogotá. La grama, todavía húmeda, me hacía recordar que tenía un cuerpo. El aliento de la ciudad embriagaba. El cielo tenía pereza. Quise que la paz me derrotara. Expandí las manos lo más que pude como quien se entrega. Me dejé arrestar. Me deje vencer. 

José Roberto Coppola

viernes, 30 de enero de 2009

Salir del apartamento sólo para ir al supermercado, comprar el periódico y botar la basura

Que la barba crezca, que no tenga que peinarme -cómo si alguna vez me hubiese gustado-, que pueda caminar descalzo todo el día, que pueda abrir la nevera las veces que quiera, que no necesite ver la hora, que me pueda tirar en la cama sólo a mirar el techo, que pueda pasar todo un día arropado con mi bata de baño gris, que pueda leer todos los libros que me faltan, que pueda dormir hasta saciarme, que pueda ver cómo la luz cambia en mi ventana, que el encierro sea libertad, que el bostezo se convierta en un ejercicio, que me pueda estirar con propósito, que pueda agarrar una revista y pasar a otra y a otra, que pueda tomar tazas y tazas de té con leche, que pueda escribir lo que me dé la gana, que sólo escuche mi propia respiración, que pueda colmar mis libretas con mis notas, que las paredes blancas sean un horizonte, que no necesite salir del apartamento sino para ir al supermercado, comprar el periódico y botar la basura...

José Roberto Coppola

martes, 27 de enero de 2009

Enjuágate la cara

Me sacudí la cara con agua fría, me alboroté los ánimos, miré al espejo, y a mi reflejo aún mojado, al que todavía se le resbalaban gotas que caían en el lavamanos, le anuncié no una promesa sino una decisión. Le dije, me dije: hoy voy a ser feliz.

La felicidad es una decisión, sólo debes decidir cuándo.

Eso sí, decide pronto.

José Roberto Coppola

sábado, 24 de enero de 2009

De cómo un solitario se pone bronceador en la espalda

Un poquito de bronceador en la palma de la mano derecha y te la pasas por el costado izquierdo de tu espalda, otro chorrito de bronceador en la palma de tu mano izquierda y frotas tu costado derecho, pasar bronceador por toda tu columna con trazos largos, otro poco de bronceador en tu mano derecha para frotar tu hombro izquierdo hasta abajo, aplicar por tu hombro derecho bronceador con tu mano izquierda, con movimientos en forma de círculo aceitar el centro de la espalda, pasar como un parabrisas invertido bronceador de un hombro hacia otro, tratar de alcanzar con cualquier mano la parte baja de tu espalda y aplicar de arriba hacia abajo, colocar bronceador en la nuca -no olvides un automasaje-, aplicar un poco de aceite como brochazos desordenados, pasar bronceador con tu mano derecha por el lado derecho y con tu mano izquierda por tu lado izquierdo, un poco por acá, otro más por allá, repasar otra vez alguna otra parte ya aceitada...

Y siempre te quedará un trozo de espalda sin bronceador.

Una de las desventajas de ser solitario es que no puedes aplicarte bien bronceador en la espalda.

José Roberto Coppola

jueves, 22 de enero de 2009

Una vida más fácil

Magaly, Alexis y yo nos tiramos en la alfombra de la oficina a hacer terapia de piso. A hablar las cosas más delirantes que para eso son estas terapias. Éramos tres periodistas mirando el techo y escupiendo estupideces. Yo decía que debía haber una vida más fácil -y más feliz- que no llevara cajas y cajas de esfuerzo mental como la vida del hombre que trabaja en un vivero, del que vende hot dogs o de un instructor de spinning. Ellos me decían que una vida más sencilla podía ser aburrida. Yo les preguntaba cómo sabían ellos que era más aburrida si no la conocían, si no la habían vivido. Decían que al principio una vida así me iba gustar pero después me iba a fastidiar. ¿Y si no me fastidiaba? ¿Y si descubría que era feliz con esa nueva vida? Ellos alegaban que esa vida me llevaría al hastío. -¿Y si no te gusta?, dijo Magaly -¿Y si me gusta?, respondí yo. Ellos no me comprendían o yo no los comprendía a ellos. Me pedían más ejemplos. Ambos me retaban. Me decían que no me iba a gustar vender papas fritas o manejar un autobús público, por ejemplo. -¿No lo sé?, respondía. Además refutaban que esos oficios también tenían un enorme esfuerzo mental. Yo abogaba por que las vidas de un hombre que siembra plantas o que mete salchichas en un pan tienen una carga mental menor. Así como creo que debe haber trabajos con más presión mental que la que tiene un periodista. Alexis me decía que el jardinero debía aprenderse los nombres científicos de las plantas y saber diferenciar las especies. Magaly fundamentaba que el señor que vende hot dogs tiene un lote de trabajo mental. Para mí el esfuerzo creativo no es el mismo. De todas formas debería yo sembrar plantas o vender hot dogs para descubrirlo.

José Roberto Coppola

domingo, 18 de enero de 2009

Nunca des tu manual de instrucciones

Mi amiga Mirna repite la oración como una de sus certezas. "Uno no debe entregarse de un todo", le escucho decir de seguido. Alega que quien lo hace pierde, por eso no se da por completo. Todo es mucho, es demasiado, es un exceso. Es fácil entregarlo todo y difícil quedarse con la nada. ¿Por qué no dar sólo una porción de ti? ¿Por qué hacer la gran apuesta? ¿Por qué no ocultar algo? ¿Por qué ofrecerse entero? De tu vida, una cuota. De tu historia, un bocado. De tu todo, poco. De tu verdad, una parte, que es como una mentira, pero no lo es en realidad. Nunca des tu manual de instrucciones para que no sepan cómo funcionas. Guárdate algo, resérvate más. Que te conozcan, no mucho. Que sepan de ti, lo que tú quieres. Que muestres, lo suficiente. Como un rompecabezas incompleto. Como el viento que engaña con sus giros. Como lo que no te dices ni a ti mismo en voz baja. Como un vidrio opaco. Como un pasillo largo con una puerta cerrada. Muéstrate a medias. Sé indescifrable. Desconcierta en grandes dosis. Esconde. No seas predecible. Deja comidilla para los curiosos. Calla mucho. No respondas todo. Si lo das todo, nunca todo te devuelven, así todo te regresen.

José Roberto Coppola

miércoles, 14 de enero de 2009

Soy un farsante

Mostraré siempre lo mejor de mí, lo peor no lo enseñaré jamás.

José Roberto Coppola

jueves, 8 de enero de 2009

Inventario de mis sospechas

Sospecho de mí todo el tiempo. Sospecho que lo hago mal aunque lo haga bien y si creo que lo hago bien empiezo a sospechar. Sospecho de mis recuerdos, a veces creo que no son reales sino que son un invento, de mi memoria siempre descreo. Sospecho de lo que quiero, de lo que necesito, de lo que creo. Sospecho de mis afirmaciones, mis negaciones y mis dudas (me hacen dudar). Mis sí, mis no y mis vacilaciones me dan suspicacia. Sospecho de lo que pienso porque no sé en qué pueda convertirse. Sospecho cuando soy valiente porque no estoy seguro si verdaderamente lo soy o quiero hacer creer que lo soy o quiero yo creer que lo soy. Sospecho de mis alegrías. Sospecho de mis convicciones. Sospecho de mis autoengaños. Sospecho cuando me vuelvo tímido y cuando soy emancipado. Sospecho de mis temores y mis corazonadas. Sospecho de mis desánimos porque no sé qué vendrá después. Sospecho de mis cansancios, mis apatías y mis aburrimientos porque sé que muchas veces yo mismo me los impongo. Sospecho de mis sospechas. Sospecho hasta cuando no sospecho.

José Roberto Coppola

lunes, 5 de enero de 2009

Terapia en la arena


En una pequeña ensenada donde el viento salado rebota en las rocas, los pelícanos vuelan en picada contra el mar para atrapar algún pez y las olas se estiran lo más que pueden, me anclé de espaldas en la arena fresca que me empapeló la piel. El sol me curtió más pecas. La brisa me lamía el cuerpo. La orilla jugaba a hacerse tirante y volverse estrecha. El agua se envolvía a sí misma entre espuma y espejos y me salpicaba en los pies. El cielo azul, que no le había lanzado anzuelo a ninguna nube, me pescó. Allí, en esa bahía desolada cerré los ojos y me quedé atascado.

José Roberto Coppola

viernes, 2 de enero de 2009

Esto

No quiero que esto se acabe. No quiero que termine. Estoy cómodo, bastante cómodo con esto. Me gusta esta comodidad, me ha sido fácil habituarme a ella. Esto se me ha metido en la piel y me ha adormecido el cuerpo. Y no deseo despertar porque a veces despertar es muy duro. Prefiero creer en la pereza de que esto siempre será así. Quiero que esta vastedad me trague y no me escupa jamás. Quiero vivir esto en puntos suspensivos. No quiero que finalice. No deseo escuchar el sonido de cada paso del secundero de un reloj. No. No intento pensar en conclusiones. No me asomo a la posibilidad de que esto se extinga. Aspiro perderme en el espejismo de esta realidad. Quiero morar en esto. Infinitamente. Sin tiempo. Quiero quedarme en este horizonte. No quiero pensar en que esto pueda ser transitorio y que en algún momento el silbato del tren me va a anunciar que esto se acabó. No. No quiero que caduque. Nunca. No deseo verle su fecha de vencimiento. Estoy apegado a esto. Anhelo que sea perpetuo, perdurable, perenne. Sí. A veces imagino cómo sería si esto fuese imperecedero. Sin fin. Para siempre.

José Roberto Coppola

¿Qué quiere decir para siempre?

Pablo Neruda